viernes, 7 de agosto de 2015

UN VERDADERO ESTRENO.

                                                               
                                                     
   
     Cierta vez, en la ya lejana época de mi adolescencia, se acostumbraba en mi familia pedir algunos vestidos y artículos por catálogo en algunas tiendas en los Estados Unidos, tal como se hace hoy en día por Internet. En aquel entonces, ni en sueños yo imaginaba - por muchos libros de ciencia ficción que leyera en aquel entonces- que la computación o la informática, ya desde hacía muchos años en estudio, pudiera evolucionar de tal manera que -amén de las mil cosas que en la actualidad se investigan y conocen por Internet-, en el futuro  esas compras de vestidos y artículos  se harían a través de las computadoras, online, como se dice hoy. Y mucho menos que las redes de comunicación por esta vía tuvieran tanto poder como para derrocar gobiernos nefastos, tal fue el caso de la Primavera Arabe en años recientes. Ni hablar del desarrollo que  también tendría la telefonía a través de los teléfonos móviles o celulares.
     Pero volvamos a los recuerdos que me regala esta noche azul poblada de estrellas a través de mi ventana. Les hablaba de los catálogos de ventas por correo de vestidos y artículos que llegaban a la casa de mis abuelos y mis tías, que en ese entonces eran ya señoritas con novios unas, y a la espera de tenerlos, otras.


     















     - Llegó el catálogo de Montgomery Ward, al fin llegó- pregonó levantándolo lo más alto que pudo mi tía Margarita, la mayor de ellas, para evitar que se lo quitaran de las manos sus hermanas.

     Entonces todas nos arremolinamos a su alrededor para ver las últimas novedades en ropa femenina, que traía la publicación. En esos días me pasaba las vacaciones en la bonita casa de mis abuelos en El Conde, y por supuesto que deseaba integrarme en casi todas las actividades de mi jóvenes tías. Pero en ese momento de emoción, yo me quedaba rezagada a las espaldas de ellas y  de mi abuela, quienes casi no me dejaban ver los codiciados vestidos, en su prisa por hacerlo ellas, todas al mismo tiempo.
     Cuando pasó el alboroto y, por fin, pude hojearlo yo solita, también hice mi selección para que mis padres me hicieran el pedido. Pero, por desgracia me había enamorado de un vestido que ya había escogido Margarita, quien por esos días había comenzado a trabajar en la Gobernación del Distrito Federal y ya estaba haciendo su "trousseau" de novia, pues se casaría el año próximo. Carla, Helena y Fada esperaban con ansiedad, algún día, su turno en el camino hacia el altar que iniciaría su hermana mayor. Los dos tíos varones ni siquiera consideraban recorrerlo, aunque uno de ellos ya estaba también en edad de merecer".
     En pocas semanas llegó el ansiado pedido. El mío constaba de un vestido rosado con florecitas negras y unas zapatillas del  mismo color del traje. Pero yo continuaba enamorada del vestido de mi tía: blusa a cuadros escoceses blancos, rojos y negro y falda de este último color. Entonces le pedí que cuando se cansara del atuendo, que por favor me lo regalara. Pasó el tiempo y de vez en cuando le recordaba la promesa de regalarme el vestido cada vez que la veía. Otras,  lo hacía por teléfono.


     Pasaron dos años, y un buen día vi a mi tía menor, Fada con el precioso vestido de mi tía Margarita y le pregunté si ella se lo había prestado, y me contestó que no, que su hermana se lo había regalado. Entonces lo reclamé a ella, quien cansada de mis peticiones y también las de Fada decidió dárselo de una vez por todas. En vista de lo sucedido, llegué a la conclusión de que el ventajismo también se daba en nuestra familia. Ante la alternativa de perder el vestido para siempre, volví con mi mismo ruego a Fada y le hice prometer me pasaría el vestido "cuando se cansara de él".

      Y pasó otro largo año en el que mi ansiada prenda recibía más lavadas que posturas. Está demás decir que el tafetán negro ya estaba descolorido y rucio, de tanto uso. Hasta que Fada se cansó de él y ¡Por fín me lo pasó a mí!

    No podía creer mi dicha, de tener conmigo la ansiada prenda. Y llegó el domingo con su respectivo programa de misa, almuerzo y cine, en el que yo me engalané con el traje de tafetán "negro" y blusa escocesa,  que ya había vuelto a lavar y a planchar. Y juro que nunca me sentí más feliz y contenta que aquel domingo con mi anhelado atuendo. Significaba para mí mucho, mucho más, que si se tratara de un verdadero estreno.

Caracas,7 de agosto de 2015
IMAGENES: WEB



     



2 comentarios:

  1. Esto sí que me pareció genial..! Divertido. Gracias.

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  2. Claro que por verídica es divertida. Ya tu conocías la historia del estreno. Gracias a tí por leerla.

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