miércoles, 30 de septiembre de 2015

EL VESTIDO COLOR AZABACHE


                                                             DIBUJO: MPG.
                                                 
     Siempre recordaré la mirada de Matías fija en mí casi en todo momento. Sus ojos no dejaban de perseguirme en la oficina, las escaleras, en la cafetería. Creo que  él era muy tímido, porque cuando yo le sostenía la mirada, entonces él bajaba la suya, confundido. El caso es que este joven rubio de ojos azules y atlético, estaba casado. Me lo dijo durante el programa de inducción en la Gerencia de Producción cuando entré a trabajar en la empresa petrolera. Como observara la foto sobre su escritorio, que mostraba una mujer rubia, graciosa, con dos chicos parecidos a él, tan sólo  me dijo que eran sus hijos. El resto era obvio.
      Matías Halteberg era de origen alemán y  uno de los muchos ingenieros mecánicos de la empresa petrolera en la que iniciaba mis actividades laborales como periodista en el departamento de prensa. En varias ocasiones ambos coincidimos en congresos y jornadas. Matías con frecuencia presentaba ponencias técnicas, mientras yo cubría el área informativa. Una vez nos sentamos juntos en uno de esos eventos y, por fin, tras buenos ratos de conversación, nos hicimos  amigos inseparables durante el congreso petrolero. Fue entonces, cuando le conté sobre  mi separación de Julián. Y también el principio de nuestra  extraña amistad.
     Yo sabía que le gustaba; qué mujer no sabe cuándo le agrada a un hombre, y, más aún  si le atrae mucho.  Eso se siente en la piel como el calor y el frío. A veces él me pasaba el brazo por el hombro, y yo, cuando  él lo dejaba más de la cuenta, se lo bajaba riéndome y le recordaba que más de uno podría pensar que ese simple gesto suyo, podría malinterpretarse sin razón alguna.
     En una oportunidad tuvimos que viajar juntos a un congreso en Viena. El evento se llevaría a cabo en el Hofburgh, el palacio de invierno de los emperadores austríacos, esa primavera. Asistirían representantes de  organismos internacionales como la Agencia de Energía Atómica, la OPEP, entre otras instituciones interesadas en la lucha  contra la contaminación ambiental.


                                                   PALACIO IMPERIAL HOFBURG, VIENA.

     Antes de viajar a Viena compré un vestido color azabache que me había fascinado, cuando lo ví en la  vidriera de un centro comercial caraqueño.  Al principio lo consideré un poco atrevido, porque tenía un pronunciado escote en la espalda. Sin embargo,  me lo probé, y como me quedó como hecho a la medida, lo compré. Sólo después en casa, cuando lo hice de nuevo, volví a pensar  que el escote era más pronunciado de lo que mi entusiasmo me había indicado, pues llegaba al final de mi espalda. Quizás un poco más. Y lo peor era que ya no  lo podía devolver, pues el viaje a Viena era dentro de dos días. Entonces, me encontré en uno de los pasillos con Matías y le enseñé la foto que había tomado con el teléfono y,  en medio de la prisa que ambos teníamos con el viaje  le pregunté si  el traje no era muy provocativo. El, mientras atendía una llamada de su celular, la vio, lanzó un silbido y me alcanzó a decir antes de tomar el ascensor y guiñarme un ojo:
     - ¡En absoluto, es precioso y te queda muy bien!-
     Viena lucía hermosa en plena primavera. Todo parecía renacer. Además de la Naturaleza, también nuestras fuerzas, cuando  luego del arduo trabajo diario de casi una semana, por la noche salíamos a cenar en alguno de los muchos Heurigen o Keller que abundan tanto en la ciudad como en las afueras. Una noche comimos en el Bier Klinik, otra vez almorzamos  en el Figlmüller, restaurante típico vienés, y nos sirvieron unos schnitzel gigantes acompañados de la clásica ensalada de papas y, por supuesto, también cerveza.
     Al finalizar nuestra agitada semana, se llevó a cabo una cena en el Palacio Pallavicini y yo me puse mi bello vestido negro, y un abrigo de lana que mi prima me prestó para la ocasión y opinó, al igual que Matías, que el traje era muy bello y fashion. Esta confirmación me dio más confianza en el atuendo azabache, cuando esa noche me  lo puse. Cuando me observé en el espejo, mi propia silueta me animó a salir con él, a lucirlo. Había llevado otro traje de noche blanco, pero opté por el primero, a pesar de su gran escote en la espalda. Pensé que era igual, pues el otro vestido lo tenía al frente y aumentaba, aún más mis ya robustos senos, luego de la operación estética que me realizara hace tres años. Tomé mi abrigo y mi linda cartera de noche, y bajé a reunirme con Matías para  pedir un taxi a la línea del hotel y dirigirnos al Palacio Pallavicini, en la Josefsplatz


                                                     PALACIO PALLAVICINI, VIENA
     Cuando hice mi entrada entre los invitados, las inmensas arañas doradas me envolvieron en reflejos tales, que mi figura brilló al aparecer en la puerta del bellísimo salón donde se llevaba a cabo la fiesta.  Los espejos de cristal multiplicaron mi figura que también brilló en los candelabros. Entonces  Matías se separó un momento de mí pues uno de los asistentes lo requirió un momento, me invitó a que lo siguiera, pero preferí esperarlo. Lo observé unos momentos acompañados de unos árabes pensando que ya regresaría. Pero no fue así, quise entonces alcanzarlo y de pronto, se me perdió entre el gentío. Decidí buscarlo y sucedió que a mi paso, los asistentes, luego de sonreírme, de inmediato  y sin ningún disimulo, me daban la espalda, cuando yo les ofrecía la mía.     Lo que al principio tomé como algo sin importancia, fue tornándose en una situación insoportable. Un frío me recorría la columna, hasta aposentarse al comienzo de mis glúteos. Observé que incluso, los mesoneros tomaban la misma actitud que las personas a quienes llevaban champagne o deliciosos canapés. Hice el intento de tomar una copa o una de las delicatesses de las bandejas, pero éstas se burlaban de mí en mis propias narices para ir tras los otros invitados. Pasaron dos horas en la misma situación y yo desfallecía. Traté de divisar a mis extraviados amigos mientras caminaba por el inmenso salón, pero no los encontré. Me asomé a uno de los balcones para ver si los hallaba por los alrededores del palacio, pero tampoco estaban allí.  Todo se esfumaba a mi alrededor como por arte de magia:  la gente y también la comida desaparecían de mi entorno; sólo me llegaba el olor de los platos y los vinos con una crueldad exacerbada.  Ya era bastante tarde cuando decidí irme al Graben Hotel, donde nos hospedábamos. Me envolví en mi abrigo y busqué un taxi a la puerta del palacio, pero a esa hora no encontré ninguno y decidí irme a pie, pues aunque ya era  tarde, el hotel no quedaba lejos. Mis pasos resonaban sobre las aceras y las calles adoquinadas camino del Graben,  junto a muchos  transeúntes, que  al igual que yo,  regresaban o irían de fiesta,  o quizás tras alguna aventura romántica, a esa hora de la noche. ¡Cómo deseé la compañía de Julián en esos momentos! Me envolví en mi abrigo, buscando su calor ausente, pero ante tal imposibilidad apresuré el paso para llamarle por teléfono y despertarlo.  Al llegar al hotel y solicitar mi llave, decidí ir primero a la habitación de Matías. Toqué a la puerta y él la abrió con el cepillo de dientes aún en la mano y  me pidió que pasara. Le contesté que no era necesario porque era muy tarde,  que sólo deseaba hacerle una pregunta, pero me interrumpió en voz baja para recriminarme.      
       -   ¡Por Dios, Daniela, claro que es muy tarde!  ¿Qué pasó contigo que te vi sólo cuando entraste  a la recepción y luego desapareciste? Te busqué por todo el salón y los alrededores del palacio y no te encontré.   
     -     Yo también te busqué, Matías, por todo el salón; me asomé al balcón, a ver si te veía en los jardines,  pero fuiste tú quien desapareció por arte de magia. Hubo un momento en el que te vi con  los árabes, pero muchas cosas me lo impidieron y me envolvieron una gran confusión. Era como tener una pesadilla. No podía avanzar al final, a pesar de que los invitados me dejaban el campo libre. Al principio todos se mostraban muy amables conmigo cuando entré al salón, pero a medida que avanzaba todos los invitados huían de mí cuando observaba mi espalda. No se por qué razón. –Luego, reflexioné y le pregunté angustiada.
     - Dime, Matías ¿No será porque mi vestido tenía un escote muy atrevido en la espalda  y por esa razón ellos  se avergonzaron de mí?      
      -    ¡Vamos, mujer, te veías regia en tu vestido negro azabache! No creo que el escote tenga que nada que con la actitud de los asistentes a la recepción. En ese caso las esposas de los delegados fueron quienes se llevaron a sus maridos una vez que tu pasabas -dijo riéndose-. No se, no encuentro otra explicación.   
     -   ¡Sí, eso era, Matías, por eso se alejaron de mí, cuando les mostré mi espalda… - Y agregué molesta.- ¿Por qué me dijiste que era un vestido moderno, actual y no atrevido? ¿Por qué, Matías, por qué lo hiciste?
Entonces abrió bien los ojos,  sacudió la cabeza y me preguntó a su vez, recostado de la puerta:   
     - ¡Por Dios, Daniela ¿Qué pasa contigo? Yo no te mentí, lucías muy atractiva, y más todavía con ese tatuaje en la espalda, sobre el rabito. Pero para saber esas cosas estás tú. ¿Es que acaso  no sentiste frío en las nalgas?


GRABEN HOTEL . VIENA




Caracas, 2014-2015
IMAGENES DE VIENA: WEB







viernes, 7 de agosto de 2015

UN VERDADERO ESTRENO.

                                                               
                                                     
   
     Cierta vez, en la ya lejana época de mi adolescencia, se acostumbraba en mi familia pedir algunos vestidos y artículos por catálogo en algunas tiendas en los Estados Unidos, tal como se hace hoy en día por Internet. En aquel entonces, ni en sueños yo imaginaba - por muchos libros de ciencia ficción que leyera en aquel entonces- que la computación o la informática, ya desde hacía muchos años en estudio, pudiera evolucionar de tal manera que -amén de las mil cosas que en la actualidad se investigan y conocen por Internet-, en el futuro  esas compras de vestidos y artículos  se harían a través de las computadoras, online, como se dice hoy. Y mucho menos que las redes de comunicación por esta vía tuvieran tanto poder como para derrocar gobiernos nefastos, tal fue el caso de la Primavera Arabe en años recientes. Ni hablar del desarrollo que  también tendría la telefonía a través de los teléfonos móviles o celulares.
     Pero volvamos a los recuerdos que me regala esta noche azul poblada de estrellas a través de mi ventana. Les hablaba de los catálogos de ventas por correo de vestidos y artículos que llegaban a la casa de mis abuelos y mis tías, que en ese entonces eran ya señoritas con novios unas, y a la espera de tenerlos, otras.


     















     - Llegó el catálogo de Montgomery Ward, al fin llegó- pregonó levantándolo lo más alto que pudo mi tía Margarita, la mayor de ellas, para evitar que se lo quitaran de las manos sus hermanas.

     Entonces todas nos arremolinamos a su alrededor para ver las últimas novedades en ropa femenina, que traía la publicación. En esos días me pasaba las vacaciones en la bonita casa de mis abuelos en El Conde, y por supuesto que deseaba integrarme en casi todas las actividades de mi jóvenes tías. Pero en ese momento de emoción, yo me quedaba rezagada a las espaldas de ellas y  de mi abuela, quienes casi no me dejaban ver los codiciados vestidos, en su prisa por hacerlo ellas, todas al mismo tiempo.
     Cuando pasó el alboroto y, por fin, pude hojearlo yo solita, también hice mi selección para que mis padres me hicieran el pedido. Pero, por desgracia me había enamorado de un vestido que ya había escogido Margarita, quien por esos días había comenzado a trabajar en la Gobernación del Distrito Federal y ya estaba haciendo su "trousseau" de novia, pues se casaría el año próximo. Carla, Helena y Fada esperaban con ansiedad, algún día, su turno en el camino hacia el altar que iniciaría su hermana mayor. Los dos tíos varones ni siquiera consideraban recorrerlo, aunque uno de ellos ya estaba también en edad de merecer".
     En pocas semanas llegó el ansiado pedido. El mío constaba de un vestido rosado con florecitas negras y unas zapatillas del  mismo color del traje. Pero yo continuaba enamorada del vestido de mi tía: blusa a cuadros escoceses blancos, rojos y negro y falda de este último color. Entonces le pedí que cuando se cansara del atuendo, que por favor me lo regalara. Pasó el tiempo y de vez en cuando le recordaba la promesa de regalarme el vestido cada vez que la veía. Otras,  lo hacía por teléfono.


     Pasaron dos años, y un buen día vi a mi tía menor, Fada con el precioso vestido de mi tía Margarita y le pregunté si ella se lo había prestado, y me contestó que no, que su hermana se lo había regalado. Entonces lo reclamé a ella, quien cansada de mis peticiones y también las de Fada decidió dárselo de una vez por todas. En vista de lo sucedido, llegué a la conclusión de que el ventajismo también se daba en nuestra familia. Ante la alternativa de perder el vestido para siempre, volví con mi mismo ruego a Fada y le hice prometer me pasaría el vestido "cuando se cansara de él".

      Y pasó otro largo año en el que mi ansiada prenda recibía más lavadas que posturas. Está demás decir que el tafetán negro ya estaba descolorido y rucio, de tanto uso. Hasta que Fada se cansó de él y ¡Por fín me lo pasó a mí!

    No podía creer mi dicha, de tener conmigo la ansiada prenda. Y llegó el domingo con su respectivo programa de misa, almuerzo y cine, en el que yo me engalané con el traje de tafetán "negro" y blusa escocesa,  que ya había vuelto a lavar y a planchar. Y juro que nunca me sentí más feliz y contenta que aquel domingo con mi anhelado atuendo. Significaba para mí mucho, mucho más, que si se tratara de un verdadero estreno.

Caracas,7 de agosto de 2015
IMAGENES: WEB