jueves, 14 de junio de 2012

DESDE UN RINCON DEL SALON



RETRATO DE NIÑA SENTADA
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No me puedo dormir, así que cuento ovejitas, como me enseñó mi abuela. Conté doscientas, y luego cien más, y lo que hice fue levantarme para buscar mi libro de cuentos e ir al baño. ¡Qué fastidio, no hago más que dar vueltas en la cama! Pienso en la fiesta de esta tarde. Mamá me fue a buscar después del trabajo al cumpleaños de Carolina y me preguntó que cómo me había ido; que si me había divertido y que le contara cómo la había pasado;  yo le contesté con pocas ganas algunas de las preguntas. A mami le llamó la atención que le respondiera  así, me preguntó si estaba cansada, le respondí que no, pero insistió en que una vez que llegara me tomara un baño tibiecito, comiera y me fuera derechito a la cama.

Me encantan las fiestas porque en ellas hago amigos. Siempre que voy a una, me encuentro con gente nueva: de otras ciudades o de otras urbanizaciones.  Nos enseñamos los  juegos de nuestros colegios, que a veces son iguales, pero otras  son diferentes.  Esto me gusta mucho, pues se hace más divertida la fiesta. Pero la de esta tarde fue una merienda muy distinta a todas a  las que he ido antes. Desde hacía días que contaba los que faltaban para hoy. Todo empezó a las cuatro, cuando llegaron los cuenta-cuentos y los payasos. Estuvo muy divertido, pues hubo juegos, adivinanzas y un concurso de baile en el que me gané un premio por quedar en el primer lugar.

Eso fue al principio, porque después estuve conversando con Isabela, una niña un poco mayor que yo, pues ella está en Quinto y yo en Cuarto. Creo que fue después de que Carolina apagó las velas y nos comimos la torta y los dulces, cuando ella me dijo que me tenía que decir un secreto, pero que era mejor que nos fuéramos a pasear a la alameda, pues en el jardín había mucha gente y nos podrían oír. Cuando comenzamos a pasear yo le pregunté a Isabela que cuál era ese secreto que ella me iba a contar  y ella me contestó:
- ¡Oye, Silenia! ¿Tú sabes cómo hacen los esposos para tener hijos?
– Bueno, –contesté extrañada- el hombre y la mujer se casan y luego se los encargan a la cigüeña.
- ¡Pero sí que eres boba! ¿Tú todavía crees en eso?
- Bueno, ¿Por qué no? Eso es lo que me han contado.
         - ¡No, chica, no seas gafa,  avíspate! Eso no es verdad.
- ¿Cómo que no?
- No es de esa manera como vienen los hijos al mundo
- ¿Entonces cómo, se puede saber?
- Pues, ven y te explico, pero no se lo digas a nadie, pues es un secreto. ¡Promételo! Y así lo hice para que me develara el misterio.
Entonces recuerdo que me haló por un brazo y volteó para todos lados para asegurarse de que nadie la estaba viendo, y me dijo una cosa horrible, tan espantosa que yo no puedo creerla. Me dijo que el hombre, es decir el  esposo, le metía a la esposa su cosita dentro de la de ella, y me dijo además, que la de él era muy grande. ! Qué horror! ¡Estoy muy asustada! ¡Yo no lo puedo creer todavía! ¿Cómo puede ser verdad algo así?
     Como yo le dije a Isabela eso, que no podía creer algo tan espantoso, ella me contó que ella misma lo había visto, cuando acompañó a Josefita, la muchacha que trabaja en su casa, ayer a la casa  de Arquímedes, el primo de ella. Me contó que, cuando llegaron él le tomó la mano y la empezó a besar y a decirle cosas al oído. Luego, de repente, Josefita se metió al cuarto con él. Isabela, mientras tanto se había quedado viendo unas revistas en el corredor. Al rato, me dijo que comenzó a escuchar unos ruidos raros y no hizo caso, pero como se hicieron más fuertes ella se asustó. Parecía que estaban asfixiando a alguien. Entonces Isabela se asomó por la ventana y los vio a los dos en la cama, moviéndose como cuando uno monta a caballo en el Club Hípico. Pero lo peor era que estaban  desnudos, dándose golpes, mientras ella, Josefita, gritaba. Cuando, al regreso, mi amiga le preguntó a Josefita por qué estaba peleando así en la cama con su primo Arquímedes, ella se rió y le contó a Isabela lo que ella a mí, hoy, bajo la promesa de que sería un secreto. Lo que  yo no entiendo, ni Isabela tampoco, es por qué Josefita quiere tener hijos ahora, si todavía no se ha casado ni se ha ido de luna de miel.
     Cuando Isabela terminó de contarme todo, me fui al salón y me senté, y desde allí mismo, desde un rincón del salón, me puse a observar a todas las señoras y a los esposos. Me asombraba la tranquilidad con la que caminaban las mamás de mis amigas; nada las incomodaba, hablaban, comían y se reían; parecían felices, a pesar de que algo tan grande había entrado entre sus piernas. Casi caminaban como lo hacía yo, sin separar las piernas. Igualmente los señores, quienes echaban bromas, jugaban con los niños y manejaban sus carros, como si no les molestara nada tener una cosa tan gigantesca entre los pantalones, y con eso haber hecho sufrir tanto a sus esposas. Lo que todavía sigo sin entender es  por qué todos parecen tan felices. ! ¡Dios mío, qué horror! ¿Cómo pueden? Mañana se lo contaré a Gisela, a Carolina y a …zzzzz...zzzzz...zzzz...



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Caracas, 25 de julio de 2001