viernes, 7 de diciembre de 2012

HUBO UNA VEZ UNA PROMESA

LA DANZA DE LOS ENAMORADOS (WEB)
       
    Avanzaba el día, los perros ladraban correteando por el patio trasero, los jazmines en flor perfumaban el jardín, y  dos mujeres conversaban  en la cocina de su casa, mientras tomaban el café de la tarde recién colado.
       -No puedo, Mabuela, no puedo hacer eso que me pide.
       -Pero, mija ¿Qué le cuesta?
       -Es mi vida, vieja, es mi vida ¿Acaso no se da cuenta?
       -Ya lo se, niña. Yo entiendo…
      -¡No, señora, usted no comprende! Yo no puedo casarme con un hombre que no conozco, es más, que ni siquiera he visto en mi vida ni por fotos, y sólo porque el abuelo hizo una promesa hace ya un pocote de años, de que si tenía una nieta la casaría con su nieto, eso no. Eso parece de novela, como de cuentos, pues.
      -El compadre Emeterio le salvó la vida al viejo… 
     -Eso está muy bien ¡Maravilloso!  El señor le salvó la vida al abuelo en el río. ¿Pero, a cuenta de qué tengo yo que dar la mía, ah? 
     -No exagere, niña. Usted no va a dar su vida, usted va a compartirla con el nieto de Emeterio… Si usted lo viera. Es buenmozo, el muchacho! Bueno, yo lo vi pequeño, pero debe seguir igual.
    -¡Eso a mí no me importa! No lo quiero, no lo conozco. Ni usted ni el abuelo pueden disponer de mi vida como si fuera un coroto. Eso no lo acepto, viejita, disculpe, pero eso no puede ser.
     -Mija, el viejo está enfermo…
    -No, abuela, no empiece otra vez. Usted sabe bien que el abuelo a veces exagera. El mismo me ha contado, desde pequeña, de las tretas de que se valía para conseguir lo que quería. Ya me contó que perdió la cuenta de las pataletas simuladas que le dieron...
     -Eso no es así como usted dice, Rosalía. Algunas eran de verdad, verdad – la interrumpió la doña.
     -Bueno, sean verdaderas o no, yo no me meto con alguien a quien no quiera. Así que me hace el favor y se lo va diciendo al viejo.¡Perdone que le hable así, viejita, pero tengo que ser franca con usted.
     Y diciendo esto la muchacha dio media vuelta y salió al patio trasero de la cocina.
Allí dejó la escoba con la que un rato antes barría el piso de cemento. Se dirigió al corral, enfurruñada y se sentó junto al limonero en flor. El aroma de los azahares impregnaba la brisa de la tarde. Aspiró el perfume. Necesitaba  pensar. “Lo que la abuela no sabe es que yo “pertenezco” a otro hombre”, se dijo, convencida.
     Lo llevaba dentro de ella como a su propio corazón, como a sus entrañas. Policarpo formaba parte de ella desde el día en el que se le entregó. “No me engatusó. Fui con él porque sentí que desde el primer momento tenía que ser mío, no de Margarita ni de Juana, las de El Tamboril, en San Andrés. Ellas, como yo, también le echaban el ojo a mi Poli”. Reflexionó, pensativa y se transportó en el recuerdo.
     El joven tenía un hermoso cuerpo. Era musculoso, suave, liso. No como los protagonistas de las películas o las telenovelas que ella veía con la abuela, demasiado blancos. No. Poli era moreno con unos  bonitos ojos achinados y penetrantes que la volvían loca. A veces, hasta un poquito fríos por lo altanero. Su fuerza iba pareja a su apasionamiento, a su virilidad. Y, por si fuera poco, se reía con ganas hasta frente a las dificultades. ¡Uf! ¡Cómo le gustaba el condenado!
     Se habían visto varias veces en Semana Santa, cuando fue  a  San Andrés a pasarse los días santos con la tía Hermelinda y las primas.
     Estaban todas en la Plaza Bolívar, esperando la procesión del Nazareno, cuando irrumpió sonriente Policarpo. Tras saludar con gestos de galán de pueblo, al que hacía honor, dijo:
     Conozco las flores de mi jardín, pero no las de mi vecino, igualmente hermosas.
     -¡Ay, ay, ay, chamo, no seas cursi! –dijo riendo Elenita- es mi prima Rosalía. Conócela, pues.
       -¡Hola! Soy Policarpo González – dijo el muchacho, al extenderle la mano a la muchacha. Ella contestó el saludo, y  le miró a los ojos para luego bajarlos con rapidez. El chico, confundido, sólo atinó a decir:
       -Las invito al cine, el Sábado de Gloria.
       -¡SIIIIIIIIIIII! Corearon todas.
     -Esperen, esperen –dijo él- esto no se queda así. Otro día me invitan ustedes al sancocho de pescado que Rosita hace tan bien. Y tú, Rosalía, haces el dulce… (y… le guiñó el ojo).
     La picada de ojos fue definitiva, como definitiva también fue la agarrada de manos en el cine - ese sábado - cuando él atrapó y no soltó, la de Rosalía, tras varios intentos fallidos, al pasarle las cotufas. El contacto tibio y húmedo de la mano del muchacho  hicieron cambiar de idea  a la chica, quien dejó la suya quieta entre la de él. Al rato, una suave presión aceleró el ritmo de su corazón. Entonces ella no pudo ya concentrarse en la película.
       Quedaron en verse de nuevo, y así lo hicieron el Domingo de Resurrección, cuando sus primas lo invitaron a almorzar como habían acordado. Luego, Rosalía  volvió  a su cotidianidad. Sin embargo, cualquier pretexto  le servía para ir a pasarse unos días en casa de las primas. Se sucedieron los fines de semana, el cumpleaños de la tía Hermelinda y las ferias de San Andrés, y a ninguna faltó la muchacha. Varias veces había insistido Policarpo en visitarla, pero la muchacha siempre inventaba una excusa para que no fuera. Presentía los obstáculos que pondría el abuelo a su relación, pues le había anunciado ya varias veces que le tenían un candidato como marido.
      Un buen día, mientras preparaban el almuerzo, la abuela empezó a rezongar y a desaprobar  la "visitadera" que tenía la nieta donde las primas.
     -Mire, mijita ¿Qué varilla es esa de estar yendo tanto donde las hijas de Josefita? Antes, que yo recuerde, costaba un mundo convencerla para que fuera donde ellas, y ahora, por quítame estas pajas usted  está allá metida. Eso no me está gustando nada, nadita.
     La señora movía de un lado al otro la cabeza, mientras sazonaba y probaba las caraotas.
     -¡Ay, Mabuela! Yo soy quien no la entiende a usted. Antes me regañaba para que fuera y ahora me regaña porque voy. No se ponga tan gruñona y dígame qué es lo que le va a mandar a la tía.

FOTO: MPG
     Y sucedió en las Ferias de San Andrés. El templete, en la plaza del pueblo, dispuesto para la orquesta, estaba adornado con cadenetas amarillas, cayenas, trinitarias rojas; también había muchas orquídeas en algunas de las ventanas cercanas. 
     El conjunto interpretaba música de moda: salsa, merengues. Todo era ritmo, movimiento, sensualidad. Los jóvenes y los que ya no lo eran tanto, se entregaban en loco frenesí a las ondulaciones del baile, al mandato de los cueros enardecidos. Aquí los timbales, más allá el bongó y la tumbadora. 


PAISAJE.  FRANCISCO ALEJANDRO BELLO. 1973 (WEB)
   Luego de tanto danzar y brincar,  sudorosos y jadeantes, Policarpo y Rosalía se separaron de los amigos que todavía bailaban en el templete. Fueron en busca de una coca cola y una cerveza. Y así, con las botellas en la mano, se alejaron muy juntos, caminando hacia las afueras del pueblo, perdiéndose entre los matorrales. El la besa y busca sus pechos que ella gozosa le ofrece, mientras a su vez, busca la turgencia del miembro viril. Se buscan, se encuentran, se descubren. Y él penetra las oquedades que ella le presenta ansiosa y siente, feliz, la imperiosa y ardiente embestida del varón.
     El cielo plomizo y coral se confabula con ellos. Les regala intimidad y la brisa acaricia las sienes humedecidas de los dos jóvenes en su fogoso baile acompañado de gemidos que parecen música que arrulla sus movimientos sobre la hierba  húmeda, muelle. Más tarde, mucho más tarde, cuando ya no quedan más luces que las de las estrellas, sus cuerpos se entrelazan  y caen en el sueño tranquilo y profundo del deseo satisfecho.

     Ahora, allí estaba la muchacha; recordaba  el  reciente  y maravilloso momento de la entrega. "No, Mabuela, no! Ahora usted quiere que me case con un desconocido, cuando ya he conocido el amor, he saboreado su dulzura en brazos del hombre que amo. Podrá ser que el nieto de Emeterio sea mejor que mi Poli, pero él, para mí es único en el mundo". La joven trató de calmarse y de volver a la realidad mientras se decía: "Algún día él  me tendrá como entonces, sólo él y ningún otro hombre, ninguno".

     Un domingo, mientras se arreglaba para ir a misa, Rosalía se sintió mal y se recostó un rato. Estaba mareada, pero ya se le pasaría. Había quedado en encontrarse con las amigas a la salida de misa, y eso haría. No habían pasado diez minutos de haberse recostado, cuando escuchó la voz de la abuela que la llamaba:
      - Rosalía, Rosalía, mija, venga un momentico, hágame el favor.
     - Ay, Dios mío ¿Y ahora que querrá Mabuela? - se preguntó con desgano. ¡Con las ganas que tenía de quedarse durmiendo todo el día- pero contestó, mientras se levantaba para  arreglarse un poco:
      - Ya voy, Mabuela, ya voy, bajo en un momento! Y al rato, la abuela , volvió a llamarla, esta vez con voz apremiante. 
      - Mija, baje rápido para que vea quién esta aquí.
     - Ay, qué fastidio- murmuraba la muchacha al bajar las escaleras- Seguro que llegó una de sus amigas que hace tiempo no ve, para que vea cómo han crecido sus nietas. Y con lo mal que me siento... no se me quitan las náuseas- dijo, mientras respiraba hondo y se llevaba las manos al estómago. 
        Doña Jacinta la esperaba en el corredor, pues la visita estaba en la sala. Y tomándola por el brazo la acompañó  hasta donde ésta se hallaba sentada, junto al abuelo.
     -Mira quién está aquí- dijo emocionada la señora. Es el compadre Emeterio que vino con su nieto, que le hizo el favor de traerlo en la camioneta.  Entonces, la doña,  alisándose la falda, se dirigió al joven y le dijo:
      - Mijo, esta es mi nieta Rosalía. Su papá la conoció de niña, pero usted no. ¡Venga que se la presento!.  Y luego, dirigiéndose a su nieta:
      -¡Acérquese, Rosalía, no sea tan penosa, no se quede allí parada como quien ve a un fantasma, venga para que conozca a... Policarpo. ¿No es así como me dijo que se llamaba, mijo? 

CARACAS, 1993 -Revisión 2012



    

sábado, 17 de noviembre de 2012

EL MISTERIOSO AROMA DE UN CAFE FLORENTINO



                 “Sí, la sensación se produjo cuando inhalé el aroma del café…”
             
     He iniciado, al fin,  después de veinte años de haberlo hecho por primera vez, mi anhelado viaje de vacaciones a Italia. Quería descansar y olvidar las tristezas recientes de mi divorcio. Acabo de pedir un Capuccino. Me encuentro en Florencia en este momento en el Caffè Rivoire, el mismo en el que conocí a Pietro: ¿Casualidad? No, siempre quise volver a esta hermosa ciudad que me trae tantos recuerdos. Sí, creo que la mesa a la que me siento ahora en este bello sitio ubicado frente a la Piazza Della Signoría, era la misma de entonces. Yo estaba sola y él se acercó para preguntarme si la silla frente a la mía estaba ocupada. Le contesté que no, creyendo que se la llevaría a otra mesa, aunque me parecía extraño pues había suficientes puestos vacíos. El me pidió permiso para sentarse junto a mí, pues según alegó era muy triste tomarse una café solo; y como imaginó que yo necesitaba compañía se presentó.
     -Me llamo Pietro Allegri ¿Y tú? -Entonces le tendí la mano para decirle que el mío era Estefanía Pagal.
    Observé que tomaba asiento cómodamente delante de mí  e iniciaba una conversación trivial sobre el estado del tiempo. Más tarde, afortunadamente,  la conversación se tornó amena.   Salimos varias veces, pues en ese entonces yo tomaba un curso de italiano, como parte de un intercambio estudiantil. Luego, nos hicimos novios.
      Ambos éramos muy jóvenes y veíamos el futuro sembrado  de árboles, plantas, flores ¡Una primavera! No como realmente ocurrió después, cuando cada uno siguió su camino, rodeados de un invierno duro, sin flores. Y no hubo siquiera una discusión, sino un largo distanciamiento. En ese entonces, según decían nuestros amigos éramos una “bella coppia”, y de verdad, nos sentíamos muy enamorados.
Interrumpo mis pensamientos, pues se acerca el mesonero con el café y lo coloca casi artísticamente sobre la mesa. Espero un rato a que se enfríe, y al hacerlo, continuo viendo a través del humo el tiempo pasado, tal como haría un vidente en una taza de café griego o turco; sólo que yo veo el pasado y los adivinos, el futuro.    
     Mientras recuerdo mi hermoso romance y, claro está, la dolorosa ruptura que sembró de incógnitas nuestros respectivos futuros, conjuntamente con el fuerte olor del café experimento  de pronto una extrañísima sensación, más bien una corazonada. No se describirlo. Me pareció sentir una inexplicable y fuerte emoción que me anunciaba algo bonito, un hecho fortuito o algo parecido ¡que me ocurriría a mí!  Sí, la sensación se produjo cuando inhalé el delicioso aroma del café. En un principio empecé a recordar lo malo, lo que siempre trae la tristeza, pero luego, como si un grueso telón la cubriese, pero ahora sólo tengo pensamientos positivos hacia Pietro. Una fuerte emoción se produce en mí y trato de calmarme mientras tomo el café, sorbo a sorbo, degustándolo con fruición. Y hay más: presiento, no se por qué, momentos felices y aún más alegres que los de entonces. Inexplicablemente me siento contenta, casi feliz de pensar en Pietro. El se ha asentado en mí, en mi alma y mi pensamiento, acompañando esta maravillosa sensación.

     Debo continuar mi paseo, me digo sacudiendo la cabeza, pero no quiero levantarme de la silla todavía; un raro letargo me ata a ella. No deseo sino sumergirme en mi extraña ensoñación. Al fin, hago un esfuerzo, me levanto y me dirijo al Palazzo Vecchio. De de pronto, me siento llena de una energía renovada justo  antes de entrar al museo. Bajo el efecto del sorprendente influjo, sentí la entrada de un mensaje de Skype en mi celular. Lo abrí y el remitente hizo acelerar mi ritmo cardíaco al leer el siguiente mensaje en italiano:
“Buenos días, si  eres Estefanía Pagal, y estuviste en Florencia hace veinte años, por favor, responde este mensaje.  Quiero saber de tí. Soy Pietro Allegri, de Florencia.”




Imagen: Web y montaje foto de MPG pff.me
Caracas, 21 de junio de 2012

lunes, 1 de octubre de 2012

MENSAJE EN NOCHE DE LUNA ROJA


CONVERSACIÓN ENTRE LOS PROTAGONISTAS DE "PROSPERO AVANCE Y COMPAÑÍA", MINI OBRA DE TEATRO PUBLICADA EN ESTE BLOG.

De: Anita Colina     anita_colina@gmail.com
Para: Sándor Amador sanador@yahoo.com
Asunto: MIL GRACIAS
Fecha: Sat, 25 nov, 2000, 2:12:30:02

Mi querido Sándor:
Me asomo a la ventana y una esfera rojiza suspendida en el firmamento me saluda y creo que, si no llueve, me acompañará hasta el amanecer. ¡Y  lo que a mí me encanta la idea de tenerla como confidente! Le digo que no se mueva de allí que ya vuelvo, que sólo quiero comunicarme con un amigo muy querido que se fue, hace algunos años, para ir a estudiar su Post Grado en Madrid. Sí, ese amigo partió cuando quiso  darle un rumbo mejor a su vida, mientras la mía marchaba a la deriva y se deshacía al chocar con sueños imposibles, con dudas, y recoger en el camino un cúmulo de esperanzas rotas. Ese amigo se quedó trabajando allá y sólo regresó  una vez  de vacaciones. En esa oportunidad él  me animó a continuar, a sentar cabeza  mostrándome senderos por los que nunca había transitado. Fue mi brújula en un mar revuelto y tempestuoso. Ese amigo me regaló siempre el apoyo de su presencia cálida, –férrea y tierna a un tiempo- y escuchó divertido un sueño que tuve hace algunos años.
       Se reía , divertido al principio por mis cambios constantes de humor y de sueños, cuando le conté que una vez quise ser misionera en Uganda –y no me fui- y luego, cuando decidí ser actriz y cambié otra vez de parecer. Al principio mi inconstancia le pareció graciosa, pero luego, pasó a ser una preocupación suya pues era mi mejor amigo.Y por eso, porque lo era, interpretó el sueño que tuve con Próspero Avance y su familia ( Creatividad, Proyecto, Meta, Objetivo General , Objetivo Específico, Actividad y Tarea) como una revelación positiva que coadyuvaría a mi cambio de vida. Me ayudó mucho. Al inicio de mis proyectos profesionales, cuando me inscribí  en la Universidad para estudiar Administración de Empresas. Luego, al seguir, paso a paso mi avance dentro de la Facultad. Ahora, mi graduación es el año que viene y quisiera tener en ese momento tan importante de mi vida, a ese entrañable amigo a mi lado ¿Sería mucho pedir? 
Para él va todo mi agradecimiento, un abrazo y un beso que le envío con mi otra amiga, la esfera rojiza que ahora pende de mi cielo y que, ojalá, mañana también esté frente a su ventana.

Con  mi cariño de siempre,
Anita





De: Sándor Amado sanamado@yahoo.com

Para: Anita Colina anita_colina@gmail.com
Asunto: ¡ESPERAME!
Fecha: Fri, 26 Nov 2000 21:28:30 


¡Queridísima Anita! 
Eres un ángel. Justamente ahora pensaba en tí. Qué placer experimenté al tener noticias tuyas...Fue tan linda tu carta, que te confieso, me movió el piso, pues  me tomó de sorpresa. Me puse tan sentimental al recordar esos viejos tiempos que me fui al “Richard´s Pub” para entrar aún más en calor. Me contagiaste tu nostalgia y tu cariño. A decir verdad yo siempre te lo tuve, después te amé. Hubo algo tuyo que me atrapó, y no se decirte qué. Al principio no comprendía  tu confusión con aquellos sueños cuando te proponías remodelar el  apartamento que tu abuela te regaló. Muchas veces me preocupaste más de la cuenta. Después, aquí en Madrid, te pensé mucho. Y no contra mi voluntad, aún lo hago. Admiraba tu decisión de ir hacia adelante, en medio de tu desorden. 

Considero  que realmente cambiaste mucho cuando fui de vacaciones a Caracas. Te encontré bastante más madura que cuando me fui la primera vez;más segura en tus decisiones y en darle un sentido a tu vida, organizándote como lo has hecho. Por esta razón no me sorprende que ya estés coronando tus estudios.
Por favor,  contéstame lo más pronto que puedas , porque deseo planificar mi visita a Caracas para estar presente en ese evento tan importante de tu vida: tu graduación. Espero tus noticias.Estoy loco por verte, así que decidí hacerlo pronto, pues estaré en Caracas para Navidad y Año Nuevo. Hasta pronto, bella.

Te quiero mucho,

Sándor

















Caracas, Noviembre 2000


IMAGENES: WEB

jueves, 6 de septiembre de 2012

CARENCIAS QUE SE TORNAN ABUNDANCIA



La esperanza se aferró a su corazón, al igual que se une en tierna succión la boca del niño al pecho materno para obtener el dulce alimento. Cabe la similitud, porque, igual que un infante, María Elena se nutría de fantasías, de emociones, que llenaban  su alma cuando soñaba. El amor, entonces se aposentaba en la figura de su ideal de hombre. Entonces, aparecía en su corazón el compañero. Lo adornaba de todas las cualidades físicas y espirituales imaginables, a pesar de que se deba perfecta cuenta de que había tenido varias experiencias y a sus  treinta y dos años ya, no habían pasado de ser eso, simples experiencias que nunca, en sus ilusiones de muchacha que soñaba. Nunca en su adolescencia  habían tenido el final feliz esperado, como suelen terminar todos los cuentos e historias que leyó en esa época de su vida. Más tarde tuvo otras experiencias. Se casó con José Manuel, aquel economista  europeo que apareció en su vida en la hora en  ella pensó que "debía sentar cabeza". El, aparentemente lo tenía todo, era profesional como ella, de familia acomodada, serio, bueno y la quería mucho.  Entonces, a pesar de que  todo prometía un hermoso futuro, al año siguiente se produjo el divorcio.

Ella alegaba que a él le faltaba empuje, él sostenía que ella era demasiado independiente. En los divorcios hay siempre que escuchar a los dos cónyuges. La  balanza de la razón nunca está totalmente a favor de uno solo. La culpas siempre se comparten, sólo que ninguno quiere llevar el peso mayor.  Pero como  la vida constantemente ofrece oportunidades, una nueva esperanza se aferró a ella. Quizás  otra vez aparecería en su vida; un hombre con quien complementar la suya propia.
                     
Aquel fatídico 31 en el que su falta de conciencia -lo reconocía ahora- le había hecho beber en exceso con los amigos y correr a gran velocidad por la Cota Mil para tratar de llegar a casa rayando ya los albores del nuevo año, le habían dejado un saldo terrible: la pérdida de su brazo izquierdo al chocar con otro loco como él, que venía -quizás por la misma causa- en dirección contraria. El terrible accidente, sumió a Esteban en la peor de las crisis de su vida. Su depresión, controlada por varios psiquiatras durante mucho tiempo, y luego,  su propio esfuerzo, pues era un gran  amante de la vida, le hicieron retomar el deseo perdido, como su brazo, de continuar el ritmo de su existencia.

      Esteban se graduó de ingeniero mecánico, tuvo un fracaso matrimonial, por incomprensión, decía  él de María Elena, su  esposa, compañera de estudios en la universidad, de ilusiones y de vida. Hoy, pasado el tiempo, ya más asentado, comprendía que no toda la culpa era de ella, como trataba de justificar antes. El, en su infinita amargura, había propiciado ese fracaso, lo sabía.   La nueva crisis en la que se sumió y que casi  le hizo retroceder el camino andado, a raíz del accidente tomó, sin explicarse, un nuevo giro y se produjo la ruptura. Fue más tarde, sólo mucho más tarde que sintió una nueva fuerza que le impelía a continuar, a seguir, a no mirar atrás lo inconveniente. Después de todo,  la vida continuaba.

Jorge dejó a un lado el  proyecto en el que trabajaba y  respondió la llamada de Esteban, el amigo panameño que lo había llamado en la mañana. Habían estudiado juntos en la Universidad Central. El amigo vivía en Cincinnatti, allá tenía una empresa. Ya le contaría. 
Cuando Ida le propuso a su hermana que los acompañara a cenar a Jorge y a ella, María Elena se sorprendió, pues no comprendía el plan. Un amigo de Jorge, Esteban, había llegado de los Estados Unidos y Jorge quería que le hiciera compañía a su amigo.
- Se que no te gusta salir con quien no conoces, pero es un hombre agradable y estoy segura de que la pasaremos muy bien- le dijo Ida contagiándole su entusiasmo.
                         
Esteban adelantó su mano derecha a María Elena en cordial saludo.  El brazo izquierdo terminaba en una prótesis metálica que movía de acuerdo a su necesidad. Había llegado conduciendo él mismo su automóvil. Notó el asombro de las nuevas amigas durante la cena, cuando manejó también hábilmente el tenedor. Con la naturalidad que el caso ameritaba, contó la manera como perdió el brazo izquierdo. A la salida del restaurante, y camino de la discoteca, una limosnera, llena de esa   candidez que las personas mayores y humildes poseen, se le acercó, interrogándole:

Mijo ¿Qué le pasó? ¿Qué tiene en ese brazo?

Esteban, con la dulzura de quien se dirige a un niño que le ha hecho la misma pregunta, le contó la imprudencia que le había costado la pérdida del brazo y acto seguido, cual malabarista circense, asombró a su  minúsculo público cuando tomó un cigarrillo con la  mano artificial ,  y abriendo los dedos metálicos  lo   colocó en su boca, luego prendíó el cigarrillo y lanzó varios anillos grises al aire, que la brisa casi matutina difuminó lentamente, ante  la concurrencia y los aplausos entusiasmados de la anciana.

El impacto que la personalidad de Esteban hizo en María Elena fue muy fuerte. Su actitud normal ante la vida le otorgaba un atractivo especial a sus ojos. Ella admiraba su amor a la vida,  la esperanza y la fe que ponía en cada uno de sus actos.  Se asombró de su inmensa fuerza espiritual, de su amor por Dios, por la Humanidad y por el que le regaló a ella, ayudándola a descubrirse, haciéndola muy feliz. Más tarde ella retribuyó en igual forma ese amor esperanzador y promisorio, convencida como estaba de que  Esteban era el  ser humano más completo que hubiera conocido en toda su vida. Esta vez, como en los cuentos, todo terminó, o realmente empezó en la Jefatura Civil, cuando ambos se dieron el sí.

Pero, de este hecho hace ya veinticinco años. Hoy se celebra una misa en la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar en Santa Fe Norte, pues Esteban y María Elena, se casan por la Iglesia con la asistencia de sus hijos, el primer nieto y nosotros, sus amigos.

       

 



Caracas 08.10.93
IMAGENES: WEB

sábado, 25 de agosto de 2012

LAS ANDANZAS DEL RECLUTA TORIBIO CUEVANEGRA

    

GUAYASAMIN (WEB)

     La escasez desplegaba su manto de miseria por todo el país. La prensa comentaba que algunos niños desnutridos habían tendido sus redes a los flamingos para atraparlos y alimentarse con su carne roja, pues la blanca no existía ya en el pueblo. La cacería y la pesca de ciertos animales como las garzas, las tortugas y otros representantes de la fauna que habitaban los parques nacionales, estaban prohibidas, pues iban en contra de la preservación de las especies animales. Sin embargo, el hambre es muy tozuda y los niños no entienden ni de leyes ni de prohibiciones, cuando el estómago rasguña.
     Mientras esto ocurría, el Poderoso, primera autoridad del país, veía con pasmosa indiferencia todo lo concerniente con el hambre, el desempleo e importándole un rábano la calidad de vida de sus pobres desgobernados. Para él y su séquito gubernamental la situación era otra. Regalaban al paladar con exquisiteces propias de los caprichos gastronómicos de los sultanes del Norte de Africa. Una vez incluso las cosas llegaron a tal extremo,  que durante una de las muchas visitas que le hizo otro mandamás de un país vecino, quiso halagarlo - luego de investigar sus gustos gastronómicos- y ordenó a su chef personal que elaborara el plato favorito de su invitado: ¡Uno de los galápagos que estaba en vías de extinción! Cuando el cocinero quiso advertirlo de su error, el Poderoso vociferó:
     - ¡Es una orden, carajo. Cocínele la tortuga, aunque sea tiempo de veda!
     En cuanto al vestir y el vivir, el lujo siempre era el invitado especial de la cúpula gubernamental. Joyas, viajes y autos estaban a la orden del día y de la noche del Poderoso, sus ad láteres y familias. Mientras tanto, el pueblo padecía hambre por la gran escasez de insumos básicos. Cuando llovía las casas y los puentes se caían; la electricidad fallaba y los artefactos eléctricos se dañaban. Llegaban a su fin tuberías descuidadas. Reinaba el caos, pues.

    Una tarde se encontraban reunidos cuatro amigos sentados a la mesa, en una taguara que llevaba el ostentoso nombre de "LA PROSPERIDAD". Ellos, como el resto de la población lucían desnutridos, pero no renunciaban al gusto de  tomar una cervecita bien fría, cuando la ocasión se presentaba. Entre ellos se llevaba a cabo la siguiente conversación relacionada con la preocupación del día: el desempleo.
     Se devanaban los sesos buscando la manera de ser productivos y nada. Habían tocado muchas puertas sin éxito: la mayor parte de las fábricas había cerrado sus puertas y las que sobrevivían, habían reducido su plantilla. Y ni hablar de las empresas del gobierno. Allí se les exigía pensar como el Poderoso en aras de colaborar con el desarrollo del país.
Eso conversaban, cuando Remigio Garzas, el más viejo del grupo ordenó al dueño de la taguara:
     -¡Tráenos otra ronda, José del Carmen, vale!
     -¿ Y con qué van a pagarla, se puede saber?- Preguntó el dueño del local, cansado de fiarles el consumo que ya llevaba varios meses de atraso.
     -¡Ay, Jacinto, no nos vengas con bolserías ahora, vale. Más pronto que tarde, como dicen ahora los políticos, volveremos a ponernos al día contigo. No te vas a arrepentir, pues te pondremos a valer el negocio. Hoy por mí, mañana por tí, hermano.- Explicó, tratando de ser convincente, Toribio Cuevanegra.
     Entonces el hombre colocó de mala gana las botellas sobre la mesa.
     - ¡Sin exigencias, carajo, que se acaba de ir la luz!
   Cuando  los compañeros de infortunio volvieron al tema laboral, Remigio Garzas, recordó repentinamente algo que había leído en la prensa y se lo comunicó a sus compañeros.
     - Pero ¿Es que no saben? Tres pares de ojos interrogantes se clavaron en los suyos. Entonces, contento por dar la buena nueva, acompañó su discurso con una manotazo sobre la mesa.
     -¡Leí en el periódico esta mañana que están solicitando reservistas en el Ejército Nacional! ¿Por qué no van a la Reserva?
      -¿Reservistas? No, vale, ya yo hice mi servicio militar a los 18 años,- dijo Aquiles Aprieto. -Ahora tengo 58- comentó celebrando con una carcajada la ocurrencia de su compadre.
     - ¿Y sabes también cuántos años tengo yo, Remigio?- Preguntó a su vez Salterio Rojas- En enero del año que viene cumplo 60. ¿Entonces, dime, carajo cómo voy a enrolarme en el Ejército?
     -Y yo 47...- comentó Toribio Cuevanegra en voz baja, tocándose la rodilla adolorida por el reumatismo que no lo dejaba en paz.
     Remigio Garza, quizás por ser el de más experiencia, apuntó  que no había que desesperarse, y los alentó una vez más a tocar la puerta del cuartel.
    Los amigos discutieron hasta que cayó la noche, llegando a la conclusión de que no había peor diligencia que la que no se hacía, y no dejando de pasar la oportunidad, al día siguiente se dirigieron al puesto militar a tratar de abrir, si no la puerta, al menos el postigo de la esperanza.
     La fila de reservistas era larga, torcida y heterogénea en edades y estaturas.
     - ¡Cuevanegras, Toribio! - llamó con voz de trueno el Comandante de la Comisión de Reclutas-. Cuando el soldado en ciernes se le acercó, midió con la mirada la triste figura del recluta y luego le entregó la ropa y el calzado de reglamento. Toribio observó que la talla que  le habían suministrado era muy grande, y así se lo hizo saber al superior.
     -¡Silencio! Ordenó el jefe- Amárrese bien los pantalones si le quedan flojos, y pase ahora mismo al Departamento Médico.
     Sin chistar Toribio siguió las  instrucciones impartidas. Esta vez su anatomía fue sometida a la revisión médica de rigor.
    Luego del examen realizado, el médico concluyó:
     - El cabo tiene reumatismo, pero no se preocupe que aquí, hermano, tenemos la solución para todos los males. Una buena dosis de dayamineral lo pondrá en forma, ya verá.- Y diciendo esto le entregó un frasco del polivitamínico al recluta, mientras escribía en un papel las indicaciones para el tratamiento. Toribio, agradecido, antes de retirarse se volvió hacia el médico y le preguntó el nombre.
     -Evaristo De la Isla, cabo. Para servirle aquí en el Departamento Médico de las Fuerzas del  Desa Rollo Armado.
     Luego, a cada uno de los soldados le fue asignada una tarea. La del cabo Cuevanegra consistía en trasladar y limpiar el armamento . Este trabajo cansaba aún más sus adoloridas extremidades, situación que se agravó con la llegada de las lluvias. Entonces, el recluta buscó alivio a sus males en el dayaminaral recetado por el médico del cuartel, pero a pesar de haber consumido ya varios frascos, el pobre hombre se sentía cada vez peor de la artritis.
     Una mañana muy temprano Toribio trasladaba una carga de armas y municiones a un galpón, en medio de un aguacero. Y sucedió, que mientras esto hacía, le dio un fuerte dolor en una de las piernas. A pesar del inmenso esfuerzo que hizo por sostenerse en pie, el recluta resbaló y cayó al suelo en medio de un estrepitoso ruido, pues junto con él lo hizo la carga y uno de los rifles se activó y fue a dar ¡Cosas del Destino! en el único sitio no blindado del Poderoso, quien justamente esa mañana pasaba revista a los nuevos reservistas del cuartel.
     Simultáneamente a la caída de Toribio y al disparo del arma, se activaron también los cuerpos de seguridad del Régimen, que no sabía qué estaba ocurriendo en aquel desastroso momento de confusión, pues estaban confiados en que la seguridad de Poderoso estaba garantizada. El Poderoso fue trasladado inmediatamente al Hospital Cuartelario, donde fue atendido por el equipo médico militar en el quirófano. Allí los equipos médico-quirúrgicos habían sido fabricados con el más noble de los metales sólo para el uso exclusivo del Poderoso y algunos de sus fieles acólitos.
      La angustia y la preocupación  por la salud del Poderoso invadió al tren gubernamental y a la Junta Médica formada por los más calificados especialistas nacionales y extranjeros, pero a pesar de agotar todos los esfuerzos científicos y tecnológicos utilizados, el Poderoso se marchó de este mundo, sin embargo, no como vino a él, desnudo, sino forrado en oro de l8 kilates.
     El timbre celestial sonaba sin cesar, mientras San Pedro se dirigía presuroso hacia el portón, tintineando nervioso su manojo de llaves.
     - Voy, voy. Ya le abro, un momento, por favor.
     Ese día el Santo no se daba abasto con el trabajo, a pesar de la ayuda suministrada por Dios: Angeles, Arcángeles y Querubines lo acompañaban en su trabajo diario. Finalmente, y a pesar de la fuerte conjutivitis que lo aquejaba, abrió el pesado portón celestial. Pero he aquí que al hacerlo, un destello más brillante que los rayos del sol hirió sus adoloridos ojos. Encandilado, alcanzó a ver la figura fornida de un hombre envuelto en una lujosa capa dorada. Detrás de él, estacionada en la Himmelstrasse -la calle del Cielo-, una inmensa nave de oro desprendía unas chispas que pretendían opacar al Astro Sol y las estrellas del firmamento. De ella  había desembarcado el extraño visitante. Entonces el santo portero horrorizado ante tal espectáculo, cerró el Portón Celestial. Pero he aquí que el hombre de la capa de oro continuó sonando el timbre, enloquecido en su afán de entrar en la Gloria. Y no dejaba de gritar:
     -¡Abrame la puerta de una vez por todas, San Pedro, pues vengo a hablar con Dios. Mi misión en la tierra no ha terminado; es muy importante y debo volver allá cuanto antes. El mundo entero espera por mí.
     Al fin el venerable anciano, exasperado por el arrogante comportamiento del  visitante, que por todos los medios trataba de quebrantar la paz celestial, abrió nuevamente la puerta para decirle:
     - ¡Criatura desconocida: tu inmenso irrespeto por las Alturas no te hace acreedor a irrumpir en La Gloria. Creo que te has equivocado de puerta. De la tierra me han llegado cantidad de almas que me han contado de tu mal trato e indiferencia con los seres que te rodean. Si te asomas por la puerta lateral del Cielo, verás la cantidad de inocentes que esperan por mí para darles el permiso para ver al Creador. Te repito, ésta y no otra es la puerta de los Justos. La puerta del Infierno queda en un ignoto lugar al que lo conducirá uno de nuestros Angeles. Allá lo recibirá gustoso Luzbel, en su salón V.I.P., llamado también, "LA QUINTA PAILA".
       Y una vez dichas estas palabras, el Santo cerró con llave la divina puerta del Reino de los Cielos.
    

 IMAGENES: WEB


Caracas, 2003/abril, 2004
    




sábado, 21 de julio de 2012

CONFESIONES EN LA BARRA





     Fuimos a cenar a uno de esos locales que abundan en Puerto La Cruz y en los que la comida del mar hace la delicia  de todos los comensales. La semana había sido una de las más agitadas de los últimos meses, pues cerrábamos ya con el cronograma de trabajo de un proyecto en el que yo formaba parte. La última ruta había sido: Caracas-Anaco-San Tomé-Puerto La Cruz. Era viernes y uno de mi compañeros y yo deseábamos regalarnos con  una buena cena, comenzando con  una cerveza bien fría.
      En la hostería había muchísima gente. Claro, era viernes y todo el mundo allí presente, con seguridad se disponía a comenzar bien ese fin de semana.
     Algunos turistas canadienses disfrutaban de cazuelas de mariscos y apetitosas langostas, celebrando con exclamaciones alegres el tamaño gigantesco de muchas de ellas, que, balanceadas con gran agilidad por los mesoneros, lograban ¡Por fin! aterrizar en sus mesas.

     Sin embargo, observé que casi todos los presentes, a excepción de este grupo de turistas,  eran venezolanos, pertenecientes, casi todos a una empresa que celebraba una fiesta. La familiaridad de las personas  que deambulaban entre las  mesas y  la barra era tal, que me llevó fácilmente a esa conclusión.
     La barra, dispuesta a los pies de una banda de jazz, - que en ese momento interpretaba un blue - permitía observar con bastante comodidad el espectáculo musical desde cualquiera de sus asientos,  así como a  los aficionado intervenir  y hacer gala de sus habilidades vocales.
     Dije que con bastante comodidad, para quienes ya estuviesen sentados a la barra, porque para yo poder llegar hasta ella, Eduardo, mi compañero, casi hizo un túnel entre el gentío que la ocupaba. Por fin nos ubicamos, pero al rato mi amigo se levantó para saludar a alguien de la empresa y se quedó conversando un buen rato. Entonces,  ordené a un sudoroso mesonero mi cerveza "bien fría" y algo para "picar". El aire acondicionado, funcionaba, sólo que casi no se sentía, debido la cantidad de gente  hacinada en el local.
     De pronto, a pesar del bullicio, escuché a dos hombres jóvenes que hablaban detrás de mi. El rubio  decía al moreno:
     -Oye Juan, pana, es que ese tipo es brillante, no cabe la menor duda. Con razón arrasó con todos los premios de la compañía. Hasta un viaje al Brasil se ganó ese desgraciado.
     El otro, asintiendo, mientras apuraba un trago, contestó:
     -Tu tienes razón. Yo me le quito el sombrero y le admiro. Sería tonto no reconocerlo. Hay que ver cómo José Tadeo Valenzuela elevó el porcentaje de ventas de equipos  en la empresa. Mira cómo celebran todos en Burroughs, y señaló una mesa vecina, donde se encontraba la directiva.
     -Bueno, amigo, dijo el rubio. Los premios otorgados a Valenzuela son justos. !Hay que ver cómo se fajó, cómo trabajó! Realmente no se de dónde sacó tanta energía! !Este es su año! Hay que admirar su talento. 
     Las voces se perdieron entre los golpes de la batería y la música, que nuevamente comenzaba a sonar.
      A pesar del saxofón, que en ese momento hacía un solo, me entregué a la siguiente reflexión:
     !Dios mío! ¿Cómo habrá hecho ese señor  para obtener tantos premios?Quisiera saberlo, porque por más que me he esforzado sólo he tenido un "éxito" relativo. He salido a altas horas de la noche; me quemé una vez un pie en una caldera, a bordo de un tanquero, al buscar información para un proyecto; he realizado otros en diversas regiones de la empresa, pero el reconocimiento no ha sido nunca celebrado como estos logros. Mi evaluación ha sido muy buena, pero ese triunfo tan marcado, aún no lo conozco...!Ya quisiera sacarle mayor provecho al cerebro e irme un poco más allá del famoso veinte por ciento utilizado!... ¿Cuál será la fórmula? Me preguntaba. 
     Imagino que el cansancio acumulado del viaje y el calor me pusieron de mal humor. Tanto trabajar de aquí para allá, tomar aviones y madrugar, para  que todo quedase en una  muy buena evaluación y el consabido aumento de sueldo !Sólo eso!  ¡Cómo quisiera conocer la fórmula del éxito.
       Decidí escuchar la música y no abatirme por un triunfo que lo más probable era que me estuviera esperando. !Eso! pensé optimista- mi momento no ha llegado todavía.
     Eché de menos a mi compañero y le  vi al fondo. Todavía conversaba con el colega de la empresa. Captó mi mirada interrogante y con un guiño de ojos que yo interpreté como "tranquila-ya voy-ya estoy contigo", continuó, lo más probable, en su afán de componer la empresa,  y arreglar el mundo.
     Busqué al  mesonero con los ojos. Tenía apetito y deseaba ordenar. Entonces observé, al volverme para seguir al mesonero que se me escapaba, solicitado por otros clientes, que en el puesto dejado por mi compañero se había sentado un muchacho  moreno, bastante joven. Quizás lo parecía más por sus facciones un poco aniñadas que no hacían juego con la barba tupida y negra que le cubría el rostro.
     - Aquí tiene su bebida - interrumpió otro mesonero, distinto al que  se me escapó.
     - ¡No! Yo  no he ordenado whisky, pero ya que está usted aquí, tráigame la carta por favor- le dije suplicante.
     - Entonces ¿De quién es la bebida?
     Mi vecino, con una voz mucho más madura que el rostro le contestó:
     - ¡El whisky es mío, señor, lo ordené al final de la barra. Por favor, póngalo aquí!
     Entonces, aproveché para ordenar la cena para mí. Ya lo haría Eduardo cuando regresara de su amena tertulia. El incidente del aperitivo sirvió para iniciar la comunicación, por mi parte, con una sonrisa, que mi compañero de barra me devolvió con timidez, mientras sacaba el pañuelo del bolsillo del saco y se lo pasaba por la cara.


     - ¡Qué confusión y qué calor ¿verdad?
     Asentí mientras me abanicaba con la servilleta de papel que tenía entre las manos, ya casi deshecha.
     - Sí, hay mucha bulla y el calor aprieta...
     - ¿Cómo te llamas?
     - Gabriela, Gabriela Martínez ¿ Y tú?
     - José Tadeo Valenzuela- me contestó, mientras escondía un poco la cara, como queriendo escapar de algo.
     Entonces, sorprendida, recordé la conversación de los dos amigos y le pregunté:
      - ¿Entonces eres tú,  por casualidad, el agasajado, el que obtuvo casi todos los premios  anuales de  tu empresa ? 
     Por toda respuesta enrojeció,  se echó hacia atrás y comentó- Las noticias son como las brujas de los cuentos: vuelan.
    Le dije que había escuchado comentarios muy favorables de él, allí mismo, en la hostería. Entonces José Tadeo, pareció más confundido; tuve la impresión, incluso de que se ruborizaba de ser quien era.
     Luego, le pregunté lo que me había preguntado a mí misma hacía rato ¿Cómo había puesto a funcionar su cerebro? ¿Cuántos Post Grados tenía? ¿Cuál era el secreto de su éxito? ¿Había sido muy difícil?
     La fuerza de mis preguntas le hizo sonreír, pero también pareció sentirse algo incómodo, a juzgar por la brevedad de sus respuestas. 
     -Sí, fue  muy difícil. Lo fue. Bastante difícil, sí.
Noté, además, que algo, no sabía qué, le había enturbiado los ojos.
     Entonces, suspendí el interrogatorio. No quería molestarle, ser indiscreta.
     -Hubo un silencio que luego José Tadeo rompió con una tímida sonrisa.
     -¿Qué pasó, Gabriela? ¿Por qué tan callada? - me preguntó al rato.
     - ¡Ah!... ¡No!... Bueno, es que no te quiero molestar.
Con nostalgia me confesó que él no había podido terminar sus estudios universitarios. Se había retirado dos años antes  de terminar Ingeniería de Sistemas en la Universidad Central de Venezuela. Las razones? Se había casado y no había podido estudiar y trabajar al mismo tiempo. Era de familia modesta y... Se  quedó un buen rato pensativo. 
     Lo observé intrigada y pregunté:
     ¿Entonces cómo obtuviste esos logros? ¿ Cómo pudiste tener un "record" tan grande en las ventas y obtener todos los premios?  Tiene que haber una explicación ¿Verdad?
    Comenzó a hablar, y lo hizo con  cierto aire ausente, pero dándole a las palabras, a las frases, un énfasis especial... Tomó  un sorbo de whisky  y dejó escapar un profundo suspiro, que yo pensé que casi le quebraba el alma. No interrumpí el discurso claro, pero velado por una profunda tristeza. 
     -No sé, Gabriela, cómo pasó todo, -tomó un sorbo de whisky-. Mi mujer falleció en un accidente automovilístico el año pasado y me hundí en una gran desesperación. Comencé a beber de la noche a la mañana y casi me alcoholizo. Estuve perdido, perdido entre el dolor y la tristeza. Pasé días,  meses, desesperado. No aceptaba la desgracia. La rechazaba. Luego, me rechazaba a mí mismo: no quería vivir. El dolor era muy grande. No se cuánto tiempo pasó. Sentí que me hundía, que caía en un profundo hoyo, en un agujero negro. De repente un día todo cambió: dejé de sentirme  tan triste; tan deprimido. Bueno, no es que me sintiera alegre tampoco,  pero, de pronto, una nueva fuerza me impulsó a no desperdiciar un solo minuto del día ni de mi vida. Comencé a trabajar uniendo la noche con el día y el día con la noche. Descansaba poco, pero ese poco me imagino que me daba nuevas fuerzas para continuar.
    Hizo una pausa para frotarse las muñecas, las manos, mientras la mirada le empequeñecía  los ojos impregnados de recuerdos. Se quedó un momento callado, sacó el pañuelo, lo pasó por el rostro húmedo  e hizo una pausa silenciosa, que acompañó con un profundo suspiro.
     Refresqué  mi garganta   y no le interrumpí. Escuchaba atenta  esa voz cálida , cargada de recuerdos. Respeté las pausas, los silencios.
     -Entonces - continuó- se sucedieron los días, semanas, meses sin que yo me diera cuenta: sólo ese impulso, extraño y fuerte me empujaba a hacer, a tomar decisiones, a seguir, a seguir adelante. Me sumergí con fuerza con ganas en el trabajo... hasta que un día me llamó el Gerente General de la Burroughs para felicitarme por mis logros. Yo me sorprendí, porque lo que había hecho había sido trabajar trabajar, sólo trabajar, siguiendo las pautas de la empresa y las órdenes de un fuerte impulso, solo eso.
     Ahora si no pude más y le pregunté:
     - ¿Un fuerte impulso, dices?
     José Tadeo se quedó pensativo, callado por un rato que se me hizo interminable, mientras se transportaba al pasado, y lo mostraba AHORA a él, en un presente extraño, etéreo. Así fue como lo percibí, cuando, al fin me respondió:
     - Sí, fue una fuerza, un impulso que surgió, cuando una noche, luego de mucho llorar, mi mujer se apareció en el cuarto, me tomó por la mano y me dijo: "Deja ya de llorar, José Tadeo, amor mío,  que estoy contigo. Soy muy feliz donde me encuentro, pero vine, porque quiero ayudarte a ser un triunfador en la vida".

Caracas, Octubre de 1997/
Revisión: agosto 2021
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