DIBUJO: MPG.
Siempre recordaré la mirada de Matías fija
en mí casi en todo momento. Sus ojos no dejaban de perseguirme en la oficina,
las escaleras, en la cafetería. Creo que él era muy tímido, porque cuando yo le
sostenía la mirada, entonces él bajaba la suya, confundido. El caso es que este
joven rubio de ojos azules y atlético, estaba casado. Me lo dijo durante el programa de inducción en la Gerencia de Producción cuando entré a trabajar en la empresa petrolera. Como observara la foto sobre su escritorio, que mostraba una mujer rubia, graciosa, con dos chicos parecidos a él, tan sólo me dijo que eran sus hijos. El resto era obvio.
Matías Halteberg era de origen alemán y uno de los muchos ingenieros mecánicos de la empresa petrolera en la que iniciaba mis actividades laborales como periodista en el departamento de prensa. En varias ocasiones ambos coincidimos en congresos y jornadas. Matías con frecuencia presentaba ponencias técnicas, mientras yo cubría el área informativa. Una vez nos sentamos juntos en uno de esos eventos y, por fin, tras buenos ratos de conversación, nos hicimos amigos inseparables durante el congreso petrolero. Fue entonces, cuando le conté sobre mi separación de Julián. Y también el principio de nuestra extraña amistad.
Matías Halteberg era de origen alemán y uno de los muchos ingenieros mecánicos de la empresa petrolera en la que iniciaba mis actividades laborales como periodista en el departamento de prensa. En varias ocasiones ambos coincidimos en congresos y jornadas. Matías con frecuencia presentaba ponencias técnicas, mientras yo cubría el área informativa. Una vez nos sentamos juntos en uno de esos eventos y, por fin, tras buenos ratos de conversación, nos hicimos amigos inseparables durante el congreso petrolero. Fue entonces, cuando le conté sobre mi separación de Julián. Y también el principio de nuestra extraña amistad.
Yo sabía que le gustaba; qué mujer no sabe
cuándo le agrada a un hombre, y, más aún si le atrae mucho. Eso se siente en la piel como el calor y el
frío. A veces él me pasaba el brazo por el hombro, y yo, cuando él lo dejaba más de la cuenta, se lo bajaba
riéndome y le recordaba que más de uno podría pensar que ese simple gesto suyo,
podría malinterpretarse sin razón alguna.
En una oportunidad tuvimos que viajar
juntos a un congreso en Viena. El evento se llevaría a cabo en el Hofburgh, el
palacio de invierno de los emperadores austríacos, esa primavera. Asistirían
representantes de organismos
internacionales como la
Agencia de Energía Atómica, la OPEP , entre otras
instituciones interesadas en la lucha
contra la contaminación ambiental.
PALACIO IMPERIAL HOFBURG, VIENA.
Antes de viajar a Viena compré un vestido color azabache que me había fascinado, cuando lo ví en la vidriera de un centro comercial caraqueño. Al principio lo consideré un poco atrevido, porque tenía un pronunciado escote en la espalda. Sin embargo, me lo probé, y como me quedó como hecho a la medida, lo compré. Sólo después en casa, cuando lo hice de nuevo, volví a pensar que el escote era más pronunciado de lo que mi entusiasmo me había indicado, pues llegaba al final de mi espalda. Quizás un poco más. Y lo peor era que ya no lo podía devolver, pues el viaje a Viena era dentro de dos días. Entonces, me encontré en uno de los pasillos con Matías y le enseñé la foto que había tomado con el teléfono y, en medio de la prisa que ambos teníamos con el viaje le pregunté si el traje no era muy provocativo. El, mientras atendía una llamada de su celular, la vio, lanzó un silbido y me alcanzó a decir antes de tomar el ascensor y guiñarme un ojo:
PALACIO IMPERIAL HOFBURG, VIENA.
Antes de viajar a Viena compré un vestido color azabache que me había fascinado, cuando lo ví en la vidriera de un centro comercial caraqueño. Al principio lo consideré un poco atrevido, porque tenía un pronunciado escote en la espalda. Sin embargo, me lo probé, y como me quedó como hecho a la medida, lo compré. Sólo después en casa, cuando lo hice de nuevo, volví a pensar que el escote era más pronunciado de lo que mi entusiasmo me había indicado, pues llegaba al final de mi espalda. Quizás un poco más. Y lo peor era que ya no lo podía devolver, pues el viaje a Viena era dentro de dos días. Entonces, me encontré en uno de los pasillos con Matías y le enseñé la foto que había tomado con el teléfono y, en medio de la prisa que ambos teníamos con el viaje le pregunté si el traje no era muy provocativo. El, mientras atendía una llamada de su celular, la vio, lanzó un silbido y me alcanzó a decir antes de tomar el ascensor y guiñarme un ojo:
- ¡En absoluto, es precioso y te queda muy
bien!-
Viena lucía hermosa en plena primavera.
Todo parecía renacer. Además de la Naturaleza , también nuestras fuerzas, cuando luego del arduo trabajo diario de casi una
semana, por la noche salíamos a cenar en alguno de los muchos Heurigen o Keller que abundan tanto en la ciudad como en las afueras. Una
noche comimos en el Bier Klinik, otra
vez almorzamos en el Figlmüller,
restaurante típico vienés, y nos sirvieron unos schnitzel gigantes acompañados de la clásica ensalada de papas y,
por supuesto, también cerveza.
Al finalizar nuestra agitada semana, se
llevó a cabo una cena en el Palacio Pallavicini y yo me puse mi bello vestido negro, y un abrigo de lana que mi
prima me prestó para la ocasión y opinó, al igual que Matías, que el traje era
muy bello y fashion. Esta
confirmación me dio más confianza en el atuendo azabache, cuando esa noche
me lo puse. Cuando me observé en el
espejo, mi propia silueta me animó a salir con él, a lucirlo. Había llevado
otro traje de noche blanco, pero opté por el primero, a pesar de su gran escote
en la espalda. Pensé que era igual, pues el otro vestido lo tenía al frente y
aumentaba, aún más mis ya robustos senos, luego de la operación estética que me
realizara hace tres años. Tomé mi abrigo y mi linda cartera de noche, y bajé a reunirme con Matías para pedir un
taxi a la línea del hotel y dirigirnos al Palacio Pallavicini, en la
Josefsplatz.
PALACIO PALLAVICINI, VIENA
Cuando hice mi entrada entre los invitados, las inmensas arañas doradas me envolvieron en reflejos tales, que mi figura brilló al aparecer en la puerta del bellísimo salón donde se llevaba a cabo la fiesta. Los espejos de cristal multiplicaron mi figura que también brilló en los candelabros. Entonces Matías se separó un momento de mí pues uno de los asistentes lo requirió un momento, me invitó a que lo siguiera, pero preferí esperarlo. Lo observé unos momentos acompañados de unos árabes pensando que ya regresaría. Pero no fue así, quise entonces alcanzarlo y de pronto, se me perdió entre el gentío. Decidí buscarlo y sucedió que a mi paso, los asistentes, luego de sonreírme, de inmediato y sin ningún disimulo, me daban la espalda, cuando yo les ofrecía la mía. Lo que al principio tomé como algo sin importancia, fue tornándose en una situación insoportable. Un frío me recorría la columna, hasta aposentarse al comienzo de mis glúteos. Observé que incluso, los mesoneros tomaban la misma actitud que las personas a quienes llevaban champagne o deliciosos canapés. Hice el intento de tomar una copa o una de las delicatesses de las bandejas, pero éstas se burlaban de mí en mis propias narices para ir tras los otros invitados. Pasaron dos horas en la misma situación y yo desfallecía. Traté de divisar a mis extraviados amigos mientras caminaba por el inmenso salón, pero no los encontré. Me asomé a uno de los balcones para ver si los hallaba por los alrededores del palacio, pero tampoco estaban allí. Todo se esfumaba a mi alrededor como por arte de magia: la gente y también la comida desaparecían de mi entorno; sólo me llegaba el olor de los platos y los vinos con una crueldad exacerbada. Ya era bastante tarde cuando decidí irme al Graben Hotel, donde nos hospedábamos. Me envolví en mi abrigo y busqué un taxi a la puerta del palacio, pero a esa hora no encontré ninguno y decidí irme a pie, pues aunque ya era tarde, el hotel no quedaba lejos. Mis pasos resonaban sobre las aceras y las calles adoquinadas camino del Graben, junto a muchos transeúntes, que al igual que yo, regresaban o irían de fiesta, o quizás tras alguna aventura romántica, a esa hora de la noche. ¡Cómo deseé la compañía de Julián en esos momentos! Me envolví en mi abrigo, buscando su calor ausente, pero ante tal imposibilidad apresuré el paso para llamarle por teléfono y despertarlo. Al llegar al hotel y solicitar mi llave, decidí ir primero a la habitación de Matías. Toqué a la puerta y él la abrió con el cepillo de dientes aún en la mano y me pidió que pasara. Le contesté que no era necesario porque era muy tarde, que sólo deseaba hacerle una pregunta, pero me interrumpió en voz baja para recriminarme.
- ¡Por Dios, Daniela, claro que es muy tarde! ¿Qué pasó contigo que te vi sólo cuando entraste a la recepción y luego desapareciste? Te busqué por todo el salón y los alrededores del palacio y no te encontré.
- Yo también te busqué, Matías, por todo el salón; me asomé al balcón, a ver si te veía en los jardines, pero fuiste tú quien desapareció por arte de magia. Hubo un momento en el que te vi con los árabes, pero muchas cosas me lo impidieron y me envolvieron una gran confusión. Era como tener una pesadilla. No podía avanzar al final, a pesar de que los invitados me dejaban el campo libre. Al principio todos se mostraban muy amables conmigo cuando entré al salón, pero a medida que avanzaba todos los invitados huían de mí cuando observaba mi espalda. No se por qué razón. –Luego, reflexioné y le pregunté angustiada.
- Dime, Matías ¿No será porque mi vestido tenía un escote muy atrevido en la espalda y por esa razón ellos se avergonzaron de mí?
- ¡Vamos, mujer, te veías regia en tu vestido negro azabache! No creo que el escote tenga que nada que con la actitud de los asistentes a la recepción. En ese caso las esposas de los delegados fueron quienes se llevaron a sus maridos una vez que tu pasabas -dijo riéndose-. No se, no encuentro otra explicación.
- ¡Sí, eso era, Matías, por eso se alejaron de mí, cuando les mostré mi espalda… - Y agregué molesta.- ¿Por qué me dijiste que era un vestido moderno, actual y no atrevido? ¿Por qué, Matías, por qué lo hiciste?
Entonces abrió bien los ojos, sacudió la cabeza y me preguntó a su vez, recostado de la puerta:
- ¡Por Dios, Daniela ¿Qué pasa contigo? Yo no te mentí, lucías muy atractiva, y más todavía con ese tatuaje en la espalda, sobre el rabito. Pero para saber esas cosas estás tú. ¿Es que acaso no sentiste frío en las nalgas?
GRABEN HOTEL . VIENA
Caracas, 2014-2015
IMAGENES DE VIENA: WEB
Me quedé en el primer trago de champagne con tan embriagante relato. No es justo. Saludos
ResponderEliminar