viernes, 9 de agosto de 2013

UNA VERSION MODERNA DEL AMOR VERDADERO.


      Siempre me gustó Javier. La primera vez que lo vi  admiré su porte atlético. Jugaba con la pelota de fútbol. La hacía bailar a un ritmo loco entre las manos y los pies, mientras los lentes, casi en las narices, luchaban por no caer en medio de esta agitada danza. No se fijó en mí. El iba camino del polideportivo con unos amigos y yo regresaba del colegio con unas compañeras. Supe luego que se había ido a estudiar a una universidad americana y perdí  la pista del atractivo chico del liceo. Sin embargo, él se grabó en mi mente a pesar de no haber intercambiado  entre ambos ni una sola palabra. Lo volví a ver años después, ya convertido en ingeniero, cuando yo iniciaba la universidad. Fue una vez en el club.  El trabajaba para una compañía asesora de empresas. Iba esa vez  con una chica bastante bonita a la que llevaba tomada de las mano. Parecían muy enamorados.

      Luego,  inicié mi agitada vida periodística como pasante en un canal de noticias.  Conocí otros chicos y su recuerdo se diluyó. Presenté mi tesis, guiada por mi tutora industrial, y a petición suya se la expuse a los ejecutivos del canal, quienes poco tiempo después me incluyeron en su nómina fija. Comencé a aparecer en los noticieros como reportera. Recorrí el país cubriendo las noticias desde los cuatro puntos cardinales. Me hervía la sangre cada vez que iba tras los acontecimientos. Herencia posible de mi padre,  periodista, a quien en el pasado, le había tocado, entre muchísimos acontecimientos bélicos, cubrir los de Corea en los años cincuenta.

      Hice un post grado en New York University. Mi sueño era entrar en un canal de noticias internacional, pero la salud de mi padre me llamó al país. Cuando él partió, al poco tiempo de mi regreso,  yo trabajaba ya  en otro canal, cubriendo el noticiero estelar de la noche. Fue entonces cuando por tercera vez volví a ver, a Javier Lumière. Esta vez presentado formalmente por los directivos del canal en su recorrido oficial por las oficinas del canal, como asesor de la empresa. Luego nos vimos en la cafetería y me invitó a acompañarle.  En nuestra breve, pero agradable  conversación, mientras tomábamos el café, me dijo que su padre era francés y su madre italiana, pero  que él había nacido en Caracas. “Un sabroso cocktail familiar” dijo sonriendo.  Luego, su presencia se me hizo casi familiar; muchas veces coincidimos en reuniones de trabajo sobre el desarrollo de la empresa. Nos topábamos en las escaleras, en los pasillos, o cuando él acudía a la Oficina de Prensa a solicitar una información, o una fotografía. Javier me atraía mucho. Poseía una personalidad fuerte y una voz grave que cada vez que exponía sus ideas me aceleraba el pulso. Lo admiraba. Yo sentía que no le era indiferente. Una vez que me tropecé con él me miró tan fijamente, sosteniéndome la mirada, que me dije a mí misma:”No Mabel, esto no puede estar pasando, son ideas tuyas”. Pero el corazón no me traicionaba. Recuerdo que una vez me puse una alianza de plata que había pertenecido a mi abuela, y al entrar a mi oficina me preguntó sonriendo mientras me señalaba el dedo, si era feliz en mi matrimonio. Mi respuesta fue otra sonrisa misteriosa.

      Una tarde me dirigí al Café Gourmet, frente a la oficina y me senté a una de las mesas del fondo, y al poco rato de estar allí apareció Javier. Al verme se acercó donde me encontraba y me preguntó si esperaba a alguien. Cuando le respondí que a él justamente, celebró mi broma sentándose a mi lado. Como ya era un poco tarde, me invitó a cenar allí mismo. 

    -Hoy es viernes - comentó- por lo que mañana no hay que levantarse muy temprano.
     - Es verdad, Javier, pero yo sí debo irme temprano, pues tengo el carro en el taller y debo buscarlo mañana temprano.
       - Entonces ¿Puedo llevarte a casa? 
       - Gracias, pero mi hermana me prestó el carro, Javier.
       - Bueno, entonces te escolto. Es muy peligroso que andes sola de noche.
Entonces accedí y la sobremesa se prolongó un poco más. Supe que él se había divorciado, pero que estaba ligado sentimentalmente a otra mujer desde hacía dos años. A mi vez le conté que acababa de terminar una relación a un mes de la boda, pues preveía un divorcio a mediano plazo. 

     -Fue sólo un repentino cambio en nuestros sentimientos - agregué sonriendo-  por el momento busco estar tranquila para  poner mi cabeza en orden- Luego, continuamos conversando hasta que se hizo ya un poco tarde.

      Cuando Javier  me acompañó a casa, se bajó para despedirse en la ventanilla de mi auto  y me dijo que le gustaría entrar a tomarse otro café conmigo. Y así fue, pero luego tomamos vino y el ambiente íntimo nos envolvió. Se hizo muy tarde. Por "motivos de seguridad" Javier me preguntó si podía quedarse esa noche. Le ofrecí el sofá, pero los besos y las caricias decidieron otro lugar más mullido y confortable,  y entre ambos la convertimos en una hermosa noche de amor.


      Al día siguiente pasó a verme para preguntarme por la "resaca" y me entregó el soneto 116 de Shakespeare,  por todo comentario a la noche anterior. Lo leí esta vez con una emoción nueva:




"William Shakespeare

Soneto 116

Permitid que no admita impedimentos

ante el enlace de las almas fieles
no es amor el amor que cambia siempre por momentos
o que a distanciarse en la distancia tiende.

El amor es igual que un faro imperturbable,

que ve las tempestades y nunca se estremece.
Es la estrella que guía la nave a la deriva,
de un valor ignorado, aún sabiendo su altura.

No es juguete del Tiempo, aun si rosados labios

o mejillas alcanza, la guadaña implacable.
Ni se altera con horas o semanas fugaces,
si no que aguanta y dura hasta el último abismo.

Si es error lo que digo y en mí puede probarse,

decid, que nunca he escrito, ni amó jamás un hombre."

     Me llevé el hermoso verso a mi pecho bajo la increíble impresión de su significado. Y, por supuesto que, a este primer encuentro, luego siguieron muchos. La compatibilidad de Javier y mía se fue ajustando poco a poco en lo espiritual, intelectual y en el sexo, hasta llevarnos a una excelente relación. Pero luego, de pronto, y sin más explicación que sus viajes de trabajo nuestros encuentros fueron distanciándose para volver a vernos sólo por períodos cortos e irregulares, menos el último que sí fue más largo y en el que, de pronto,  se mostró más atento y amoroso conmigo. La verdad es que nunca antes lo había visto tan cariñoso, tan solícito. Una tarde, sin embargo, luego de muchas demostraciones amorosas, me anunció, que la semana siguiente se iba a Connecticut, por un mes, a visitar a Mario y a Andrés, sus hijos,  que estudiaban  allá.

      Pasó el mes, y al día siguiente de su regreso, Javier  me llamó por teléfono muy temprano. Me dijo que pasaría por casa esa noche, pero no quise esperar y me comuniqué con él por Skype. Lucía muy bien y contento de volver a verme. De pronto, al gesticular, noté un sospechoso brillo en su mano derecha y le pedí que pusiera esa  misma mano sobre el pecho y así  lo hizo, extrañado de mi solicitud. Su dedo anular  lucía una brillante alianza de oro que gritaba a los cuatro puntos cardinales su nuevo estado civil.


      Entonces, incrédula y temblorosa, ante la evidencia, exclamé:

      - ¡Te casaste, Javier!
    Un Javier empequeñecido y muy pálido aparecía en la pantalla de mi computadora. Se había deslizado de la silla de la oficina, hasta casi quedar invisible. La sonrisa que mostraba antes le huyó del rostro. Y muy confundido por el aparente olvido de no informarme de su boda, trató de esconder el anillo para, por último, contestar casi en un sollozo:

      -Bueno, Mabel, discúlpame, sólo formalicé mi situación. ¡Sólo eso!




Caracas,  agosto de 2008 - Revisado: agosto de 2013

IMAGENES: WEB















No hay comentarios:

Publicar un comentario