sábado, 25 de agosto de 2012

LAS ANDANZAS DEL RECLUTA TORIBIO CUEVANEGRA

    

GUAYASAMIN (WEB)

     La escasez desplegaba su manto de miseria por todo el país. La prensa comentaba que algunos niños desnutridos habían tendido sus redes a los flamingos para atraparlos y alimentarse con su carne roja, pues la blanca no existía ya en el pueblo. La cacería y la pesca de ciertos animales como las garzas, las tortugas y otros representantes de la fauna que habitaban los parques nacionales, estaban prohibidas, pues iban en contra de la preservación de las especies animales. Sin embargo, el hambre es muy tozuda y los niños no entienden ni de leyes ni de prohibiciones, cuando el estómago rasguña.
     Mientras esto ocurría, el Poderoso, primera autoridad del país, veía con pasmosa indiferencia todo lo concerniente con el hambre, el desempleo e importándole un rábano la calidad de vida de sus pobres desgobernados. Para él y su séquito gubernamental la situación era otra. Regalaban al paladar con exquisiteces propias de los caprichos gastronómicos de los sultanes del Norte de Africa. Una vez incluso las cosas llegaron a tal extremo,  que durante una de las muchas visitas que le hizo otro mandamás de un país vecino, quiso halagarlo - luego de investigar sus gustos gastronómicos- y ordenó a su chef personal que elaborara el plato favorito de su invitado: ¡Uno de los galápagos que estaba en vías de extinción! Cuando el cocinero quiso advertirlo de su error, el Poderoso vociferó:
     - ¡Es una orden, carajo. Cocínele la tortuga, aunque sea tiempo de veda!
     En cuanto al vestir y el vivir, el lujo siempre era el invitado especial de la cúpula gubernamental. Joyas, viajes y autos estaban a la orden del día y de la noche del Poderoso, sus ad láteres y familias. Mientras tanto, el pueblo padecía hambre por la gran escasez de insumos básicos. Cuando llovía las casas y los puentes se caían; la electricidad fallaba y los artefactos eléctricos se dañaban. Llegaban a su fin tuberías descuidadas. Reinaba el caos, pues.

    Una tarde se encontraban reunidos cuatro amigos sentados a la mesa, en una taguara que llevaba el ostentoso nombre de "LA PROSPERIDAD". Ellos, como el resto de la población lucían desnutridos, pero no renunciaban al gusto de  tomar una cervecita bien fría, cuando la ocasión se presentaba. Entre ellos se llevaba a cabo la siguiente conversación relacionada con la preocupación del día: el desempleo.
     Se devanaban los sesos buscando la manera de ser productivos y nada. Habían tocado muchas puertas sin éxito: la mayor parte de las fábricas había cerrado sus puertas y las que sobrevivían, habían reducido su plantilla. Y ni hablar de las empresas del gobierno. Allí se les exigía pensar como el Poderoso en aras de colaborar con el desarrollo del país.
Eso conversaban, cuando Remigio Garzas, el más viejo del grupo ordenó al dueño de la taguara:
     -¡Tráenos otra ronda, José del Carmen, vale!
     -¿ Y con qué van a pagarla, se puede saber?- Preguntó el dueño del local, cansado de fiarles el consumo que ya llevaba varios meses de atraso.
     -¡Ay, Jacinto, no nos vengas con bolserías ahora, vale. Más pronto que tarde, como dicen ahora los políticos, volveremos a ponernos al día contigo. No te vas a arrepentir, pues te pondremos a valer el negocio. Hoy por mí, mañana por tí, hermano.- Explicó, tratando de ser convincente, Toribio Cuevanegra.
     Entonces el hombre colocó de mala gana las botellas sobre la mesa.
     - ¡Sin exigencias, carajo, que se acaba de ir la luz!
   Cuando  los compañeros de infortunio volvieron al tema laboral, Remigio Garzas, recordó repentinamente algo que había leído en la prensa y se lo comunicó a sus compañeros.
     - Pero ¿Es que no saben? Tres pares de ojos interrogantes se clavaron en los suyos. Entonces, contento por dar la buena nueva, acompañó su discurso con una manotazo sobre la mesa.
     -¡Leí en el periódico esta mañana que están solicitando reservistas en el Ejército Nacional! ¿Por qué no van a la Reserva?
      -¿Reservistas? No, vale, ya yo hice mi servicio militar a los 18 años,- dijo Aquiles Aprieto. -Ahora tengo 58- comentó celebrando con una carcajada la ocurrencia de su compadre.
     - ¿Y sabes también cuántos años tengo yo, Remigio?- Preguntó a su vez Salterio Rojas- En enero del año que viene cumplo 60. ¿Entonces, dime, carajo cómo voy a enrolarme en el Ejército?
     -Y yo 47...- comentó Toribio Cuevanegra en voz baja, tocándose la rodilla adolorida por el reumatismo que no lo dejaba en paz.
     Remigio Garza, quizás por ser el de más experiencia, apuntó  que no había que desesperarse, y los alentó una vez más a tocar la puerta del cuartel.
    Los amigos discutieron hasta que cayó la noche, llegando a la conclusión de que no había peor diligencia que la que no se hacía, y no dejando de pasar la oportunidad, al día siguiente se dirigieron al puesto militar a tratar de abrir, si no la puerta, al menos el postigo de la esperanza.
     La fila de reservistas era larga, torcida y heterogénea en edades y estaturas.
     - ¡Cuevanegras, Toribio! - llamó con voz de trueno el Comandante de la Comisión de Reclutas-. Cuando el soldado en ciernes se le acercó, midió con la mirada la triste figura del recluta y luego le entregó la ropa y el calzado de reglamento. Toribio observó que la talla que  le habían suministrado era muy grande, y así se lo hizo saber al superior.
     -¡Silencio! Ordenó el jefe- Amárrese bien los pantalones si le quedan flojos, y pase ahora mismo al Departamento Médico.
     Sin chistar Toribio siguió las  instrucciones impartidas. Esta vez su anatomía fue sometida a la revisión médica de rigor.
    Luego del examen realizado, el médico concluyó:
     - El cabo tiene reumatismo, pero no se preocupe que aquí, hermano, tenemos la solución para todos los males. Una buena dosis de dayamineral lo pondrá en forma, ya verá.- Y diciendo esto le entregó un frasco del polivitamínico al recluta, mientras escribía en un papel las indicaciones para el tratamiento. Toribio, agradecido, antes de retirarse se volvió hacia el médico y le preguntó el nombre.
     -Evaristo De la Isla, cabo. Para servirle aquí en el Departamento Médico de las Fuerzas del  Desa Rollo Armado.
     Luego, a cada uno de los soldados le fue asignada una tarea. La del cabo Cuevanegra consistía en trasladar y limpiar el armamento . Este trabajo cansaba aún más sus adoloridas extremidades, situación que se agravó con la llegada de las lluvias. Entonces, el recluta buscó alivio a sus males en el dayaminaral recetado por el médico del cuartel, pero a pesar de haber consumido ya varios frascos, el pobre hombre se sentía cada vez peor de la artritis.
     Una mañana muy temprano Toribio trasladaba una carga de armas y municiones a un galpón, en medio de un aguacero. Y sucedió, que mientras esto hacía, le dio un fuerte dolor en una de las piernas. A pesar del inmenso esfuerzo que hizo por sostenerse en pie, el recluta resbaló y cayó al suelo en medio de un estrepitoso ruido, pues junto con él lo hizo la carga y uno de los rifles se activó y fue a dar ¡Cosas del Destino! en el único sitio no blindado del Poderoso, quien justamente esa mañana pasaba revista a los nuevos reservistas del cuartel.
     Simultáneamente a la caída de Toribio y al disparo del arma, se activaron también los cuerpos de seguridad del Régimen, que no sabía qué estaba ocurriendo en aquel desastroso momento de confusión, pues estaban confiados en que la seguridad de Poderoso estaba garantizada. El Poderoso fue trasladado inmediatamente al Hospital Cuartelario, donde fue atendido por el equipo médico militar en el quirófano. Allí los equipos médico-quirúrgicos habían sido fabricados con el más noble de los metales sólo para el uso exclusivo del Poderoso y algunos de sus fieles acólitos.
      La angustia y la preocupación  por la salud del Poderoso invadió al tren gubernamental y a la Junta Médica formada por los más calificados especialistas nacionales y extranjeros, pero a pesar de agotar todos los esfuerzos científicos y tecnológicos utilizados, el Poderoso se marchó de este mundo, sin embargo, no como vino a él, desnudo, sino forrado en oro de l8 kilates.
     El timbre celestial sonaba sin cesar, mientras San Pedro se dirigía presuroso hacia el portón, tintineando nervioso su manojo de llaves.
     - Voy, voy. Ya le abro, un momento, por favor.
     Ese día el Santo no se daba abasto con el trabajo, a pesar de la ayuda suministrada por Dios: Angeles, Arcángeles y Querubines lo acompañaban en su trabajo diario. Finalmente, y a pesar de la fuerte conjutivitis que lo aquejaba, abrió el pesado portón celestial. Pero he aquí que al hacerlo, un destello más brillante que los rayos del sol hirió sus adoloridos ojos. Encandilado, alcanzó a ver la figura fornida de un hombre envuelto en una lujosa capa dorada. Detrás de él, estacionada en la Himmelstrasse -la calle del Cielo-, una inmensa nave de oro desprendía unas chispas que pretendían opacar al Astro Sol y las estrellas del firmamento. De ella  había desembarcado el extraño visitante. Entonces el santo portero horrorizado ante tal espectáculo, cerró el Portón Celestial. Pero he aquí que el hombre de la capa de oro continuó sonando el timbre, enloquecido en su afán de entrar en la Gloria. Y no dejaba de gritar:
     -¡Abrame la puerta de una vez por todas, San Pedro, pues vengo a hablar con Dios. Mi misión en la tierra no ha terminado; es muy importante y debo volver allá cuanto antes. El mundo entero espera por mí.
     Al fin el venerable anciano, exasperado por el arrogante comportamiento del  visitante, que por todos los medios trataba de quebrantar la paz celestial, abrió nuevamente la puerta para decirle:
     - ¡Criatura desconocida: tu inmenso irrespeto por las Alturas no te hace acreedor a irrumpir en La Gloria. Creo que te has equivocado de puerta. De la tierra me han llegado cantidad de almas que me han contado de tu mal trato e indiferencia con los seres que te rodean. Si te asomas por la puerta lateral del Cielo, verás la cantidad de inocentes que esperan por mí para darles el permiso para ver al Creador. Te repito, ésta y no otra es la puerta de los Justos. La puerta del Infierno queda en un ignoto lugar al que lo conducirá uno de nuestros Angeles. Allá lo recibirá gustoso Luzbel, en su salón V.I.P., llamado también, "LA QUINTA PAILA".
       Y una vez dichas estas palabras, el Santo cerró con llave la divina puerta del Reino de los Cielos.
    

 IMAGENES: WEB


Caracas, 2003/abril, 2004
    




2 comentarios:

  1. Y fue escrito en 2004. Lo que pasa es que nuestra historia latinoamericana a veces es como una noria: pasan las cosas, las anuncian y no pasan. Luego vuelven a repetirlas como estribillos... y uno se cansa.
    Mil gracias por tu comentario, América.

    Abrazos,

    Myriam

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