jueves, 6 de septiembre de 2012

CARENCIAS QUE SE TORNAN ABUNDANCIA



La esperanza se aferró a su corazón, al igual que se une en tierna succión la boca del niño al pecho materno para obtener el dulce alimento. Cabe la similitud, porque, igual que un infante, María Elena se nutría de fantasías, de emociones, que llenaban  su alma cuando soñaba. El amor, entonces se aposentaba en la figura de su ideal de hombre. Entonces, aparecía en su corazón el compañero. Lo adornaba de todas las cualidades físicas y espirituales imaginables, a pesar de que se deba perfecta cuenta de que había tenido varias experiencias y a sus  treinta y dos años ya, no habían pasado de ser eso, simples experiencias que nunca, en sus ilusiones de muchacha que soñaba. Nunca en su adolescencia  habían tenido el final feliz esperado, como suelen terminar todos los cuentos e historias que leyó en esa época de su vida. Más tarde tuvo otras experiencias. Se casó con José Manuel, aquel economista  europeo que apareció en su vida en la hora en  ella pensó que "debía sentar cabeza". El, aparentemente lo tenía todo, era profesional como ella, de familia acomodada, serio, bueno y la quería mucho.  Entonces, a pesar de que  todo prometía un hermoso futuro, al año siguiente se produjo el divorcio.

Ella alegaba que a él le faltaba empuje, él sostenía que ella era demasiado independiente. En los divorcios hay siempre que escuchar a los dos cónyuges. La  balanza de la razón nunca está totalmente a favor de uno solo. La culpas siempre se comparten, sólo que ninguno quiere llevar el peso mayor.  Pero como  la vida constantemente ofrece oportunidades, una nueva esperanza se aferró a ella. Quizás  otra vez aparecería en su vida; un hombre con quien complementar la suya propia.
                     
Aquel fatídico 31 en el que su falta de conciencia -lo reconocía ahora- le había hecho beber en exceso con los amigos y correr a gran velocidad por la Cota Mil para tratar de llegar a casa rayando ya los albores del nuevo año, le habían dejado un saldo terrible: la pérdida de su brazo izquierdo al chocar con otro loco como él, que venía -quizás por la misma causa- en dirección contraria. El terrible accidente, sumió a Esteban en la peor de las crisis de su vida. Su depresión, controlada por varios psiquiatras durante mucho tiempo, y luego,  su propio esfuerzo, pues era un gran  amante de la vida, le hicieron retomar el deseo perdido, como su brazo, de continuar el ritmo de su existencia.

      Esteban se graduó de ingeniero mecánico, tuvo un fracaso matrimonial, por incomprensión, decía  él de María Elena, su  esposa, compañera de estudios en la universidad, de ilusiones y de vida. Hoy, pasado el tiempo, ya más asentado, comprendía que no toda la culpa era de ella, como trataba de justificar antes. El, en su infinita amargura, había propiciado ese fracaso, lo sabía.   La nueva crisis en la que se sumió y que casi  le hizo retroceder el camino andado, a raíz del accidente tomó, sin explicarse, un nuevo giro y se produjo la ruptura. Fue más tarde, sólo mucho más tarde que sintió una nueva fuerza que le impelía a continuar, a seguir, a no mirar atrás lo inconveniente. Después de todo,  la vida continuaba.

Jorge dejó a un lado el  proyecto en el que trabajaba y  respondió la llamada de Esteban, el amigo panameño que lo había llamado en la mañana. Habían estudiado juntos en la Universidad Central. El amigo vivía en Cincinnatti, allá tenía una empresa. Ya le contaría. 
Cuando Ida le propuso a su hermana que los acompañara a cenar a Jorge y a ella, María Elena se sorprendió, pues no comprendía el plan. Un amigo de Jorge, Esteban, había llegado de los Estados Unidos y Jorge quería que le hiciera compañía a su amigo.
- Se que no te gusta salir con quien no conoces, pero es un hombre agradable y estoy segura de que la pasaremos muy bien- le dijo Ida contagiándole su entusiasmo.
                         
Esteban adelantó su mano derecha a María Elena en cordial saludo.  El brazo izquierdo terminaba en una prótesis metálica que movía de acuerdo a su necesidad. Había llegado conduciendo él mismo su automóvil. Notó el asombro de las nuevas amigas durante la cena, cuando manejó también hábilmente el tenedor. Con la naturalidad que el caso ameritaba, contó la manera como perdió el brazo izquierdo. A la salida del restaurante, y camino de la discoteca, una limosnera, llena de esa   candidez que las personas mayores y humildes poseen, se le acercó, interrogándole:

Mijo ¿Qué le pasó? ¿Qué tiene en ese brazo?

Esteban, con la dulzura de quien se dirige a un niño que le ha hecho la misma pregunta, le contó la imprudencia que le había costado la pérdida del brazo y acto seguido, cual malabarista circense, asombró a su  minúsculo público cuando tomó un cigarrillo con la  mano artificial ,  y abriendo los dedos metálicos  lo   colocó en su boca, luego prendíó el cigarrillo y lanzó varios anillos grises al aire, que la brisa casi matutina difuminó lentamente, ante  la concurrencia y los aplausos entusiasmados de la anciana.

El impacto que la personalidad de Esteban hizo en María Elena fue muy fuerte. Su actitud normal ante la vida le otorgaba un atractivo especial a sus ojos. Ella admiraba su amor a la vida,  la esperanza y la fe que ponía en cada uno de sus actos.  Se asombró de su inmensa fuerza espiritual, de su amor por Dios, por la Humanidad y por el que le regaló a ella, ayudándola a descubrirse, haciéndola muy feliz. Más tarde ella retribuyó en igual forma ese amor esperanzador y promisorio, convencida como estaba de que  Esteban era el  ser humano más completo que hubiera conocido en toda su vida. Esta vez, como en los cuentos, todo terminó, o realmente empezó en la Jefatura Civil, cuando ambos se dieron el sí.

Pero, de este hecho hace ya veinticinco años. Hoy se celebra una misa en la Iglesia de Nuestra Señora del Pilar en Santa Fe Norte, pues Esteban y María Elena, se casan por la Iglesia con la asistencia de sus hijos, el primer nieto y nosotros, sus amigos.

       

 



Caracas 08.10.93
IMAGENES: WEB

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