sábado, 21 de julio de 2012

CONFESIONES EN LA BARRA





     Fuimos a cenar a uno de esos locales que abundan en Puerto La Cruz y en los que la comida del mar hace la delicia  de todos los comensales. La semana había sido una de las más agitadas de los últimos meses, pues cerrábamos ya con el cronograma de trabajo de un proyecto en el que yo formaba parte. La última ruta había sido: Caracas-Anaco-San Tomé-Puerto La Cruz. Era viernes y uno de mi compañeros y yo deseábamos regalarnos con  una buena cena, comenzando con  una cerveza bien fría.
      En la hostería había muchísima gente. Claro, era viernes y todo el mundo allí presente, con seguridad se disponía a comenzar bien ese fin de semana.
     Algunos turistas canadienses disfrutaban de cazuelas de mariscos y apetitosas langostas, celebrando con exclamaciones alegres el tamaño gigantesco de muchas de ellas, que, balanceadas con gran agilidad por los mesoneros, lograban ¡Por fin! aterrizar en sus mesas.

     Sin embargo, observé que casi todos los presentes, a excepción de este grupo de turistas,  eran venezolanos, pertenecientes, casi todos a una empresa que celebraba una fiesta. La familiaridad de las personas  que deambulaban entre las  mesas y  la barra era tal, que me llevó fácilmente a esa conclusión.
     La barra, dispuesta a los pies de una banda de jazz, - que en ese momento interpretaba un blue - permitía observar con bastante comodidad el espectáculo musical desde cualquiera de sus asientos,  así como a  los aficionado intervenir  y hacer gala de sus habilidades vocales.
     Dije que con bastante comodidad, para quienes ya estuviesen sentados a la barra, porque para yo poder llegar hasta ella, Eduardo, mi compañero, casi hizo un túnel entre el gentío que la ocupaba. Por fin nos ubicamos, pero al rato mi amigo se levantó para saludar a alguien de la empresa y se quedó conversando un buen rato. Entonces,  ordené a un sudoroso mesonero mi cerveza "bien fría" y algo para "picar". El aire acondicionado, funcionaba, sólo que casi no se sentía, debido la cantidad de gente  hacinada en el local.
     De pronto, a pesar del bullicio, escuché a dos hombres jóvenes que hablaban detrás de mi. El rubio  decía al moreno:
     -Oye Juan, pana, es que ese tipo es brillante, no cabe la menor duda. Con razón arrasó con todos los premios de la compañía. Hasta un viaje al Brasil se ganó ese desgraciado.
     El otro, asintiendo, mientras apuraba un trago, contestó:
     -Tu tienes razón. Yo me le quito el sombrero y le admiro. Sería tonto no reconocerlo. Hay que ver cómo José Tadeo Valenzuela elevó el porcentaje de ventas de equipos  en la empresa. Mira cómo celebran todos en Burroughs, y señaló una mesa vecina, donde se encontraba la directiva.
     -Bueno, amigo, dijo el rubio. Los premios otorgados a Valenzuela son justos. !Hay que ver cómo se fajó, cómo trabajó! Realmente no se de dónde sacó tanta energía! !Este es su año! Hay que admirar su talento. 
     Las voces se perdieron entre los golpes de la batería y la música, que nuevamente comenzaba a sonar.
      A pesar del saxofón, que en ese momento hacía un solo, me entregué a la siguiente reflexión:
     !Dios mío! ¿Cómo habrá hecho ese señor  para obtener tantos premios?Quisiera saberlo, porque por más que me he esforzado sólo he tenido un "éxito" relativo. He salido a altas horas de la noche; me quemé una vez un pie en una caldera, a bordo de un tanquero, al buscar información para un proyecto; he realizado otros en diversas regiones de la empresa, pero el reconocimiento no ha sido nunca celebrado como estos logros. Mi evaluación ha sido muy buena, pero ese triunfo tan marcado, aún no lo conozco...!Ya quisiera sacarle mayor provecho al cerebro e irme un poco más allá del famoso veinte por ciento utilizado!... ¿Cuál será la fórmula? Me preguntaba. 
     Imagino que el cansancio acumulado del viaje y el calor me pusieron de mal humor. Tanto trabajar de aquí para allá, tomar aviones y madrugar, para  que todo quedase en una  muy buena evaluación y el consabido aumento de sueldo !Sólo eso!  ¡Cómo quisiera conocer la fórmula del éxito.
       Decidí escuchar la música y no abatirme por un triunfo que lo más probable era que me estuviera esperando. !Eso! pensé optimista- mi momento no ha llegado todavía.
     Eché de menos a mi compañero y le  vi al fondo. Todavía conversaba con el colega de la empresa. Captó mi mirada interrogante y con un guiño de ojos que yo interpreté como "tranquila-ya voy-ya estoy contigo", continuó, lo más probable, en su afán de componer la empresa,  y arreglar el mundo.
     Busqué al  mesonero con los ojos. Tenía apetito y deseaba ordenar. Entonces observé, al volverme para seguir al mesonero que se me escapaba, solicitado por otros clientes, que en el puesto dejado por mi compañero se había sentado un muchacho  moreno, bastante joven. Quizás lo parecía más por sus facciones un poco aniñadas que no hacían juego con la barba tupida y negra que le cubría el rostro.
     - Aquí tiene su bebida - interrumpió otro mesonero, distinto al que  se me escapó.
     - ¡No! Yo  no he ordenado whisky, pero ya que está usted aquí, tráigame la carta por favor- le dije suplicante.
     - Entonces ¿De quién es la bebida?
     Mi vecino, con una voz mucho más madura que el rostro le contestó:
     - ¡El whisky es mío, señor, lo ordené al final de la barra. Por favor, póngalo aquí!
     Entonces, aproveché para ordenar la cena para mí. Ya lo haría Eduardo cuando regresara de su amena tertulia. El incidente del aperitivo sirvió para iniciar la comunicación, por mi parte, con una sonrisa, que mi compañero de barra me devolvió con timidez, mientras sacaba el pañuelo del bolsillo del saco y se lo pasaba por la cara.


     - ¡Qué confusión y qué calor ¿verdad?
     Asentí mientras me abanicaba con la servilleta de papel que tenía entre las manos, ya casi deshecha.
     - Sí, hay mucha bulla y el calor aprieta...
     - ¿Cómo te llamas?
     - Gabriela, Gabriela Martínez ¿ Y tú?
     - José Tadeo Valenzuela- me contestó, mientras escondía un poco la cara, como queriendo escapar de algo.
     Entonces, sorprendida, recordé la conversación de los dos amigos y le pregunté:
      - ¿Entonces eres tú,  por casualidad, el agasajado, el que obtuvo casi todos los premios  anuales de  tu empresa ? 
     Por toda respuesta enrojeció,  se echó hacia atrás y comentó- Las noticias son como las brujas de los cuentos: vuelan.
    Le dije que había escuchado comentarios muy favorables de él, allí mismo, en la hostería. Entonces José Tadeo, pareció más confundido; tuve la impresión, incluso de que se ruborizaba de ser quien era.
     Luego, le pregunté lo que me había preguntado a mí misma hacía rato ¿Cómo había puesto a funcionar su cerebro? ¿Cuántos Post Grados tenía? ¿Cuál era el secreto de su éxito? ¿Había sido muy difícil?
     La fuerza de mis preguntas le hizo sonreír, pero también pareció sentirse algo incómodo, a juzgar por la brevedad de sus respuestas. 
     -Sí, fue  muy difícil. Lo fue. Bastante difícil, sí.
Noté, además, que algo, no sabía qué, le había enturbiado los ojos.
     Entonces, suspendí el interrogatorio. No quería molestarle, ser indiscreta.
     -Hubo un silencio que luego José Tadeo rompió con una tímida sonrisa.
     -¿Qué pasó, Gabriela? ¿Por qué tan callada? - me preguntó al rato.
     - ¡Ah!... ¡No!... Bueno, es que no te quiero molestar.
Con nostalgia me confesó que él no había podido terminar sus estudios universitarios. Se había retirado dos años antes  de terminar Ingeniería de Sistemas en la Universidad Central de Venezuela. Las razones? Se había casado y no había podido estudiar y trabajar al mismo tiempo. Era de familia modesta y... Se  quedó un buen rato pensativo. 
     Lo observé intrigada y pregunté:
     ¿Entonces cómo obtuviste esos logros? ¿ Cómo pudiste tener un "record" tan grande en las ventas y obtener todos los premios?  Tiene que haber una explicación ¿Verdad?
    Comenzó a hablar, y lo hizo con  cierto aire ausente, pero dándole a las palabras, a las frases, un énfasis especial... Tomó  un sorbo de whisky  y dejó escapar un profundo suspiro, que yo pensé que casi le quebraba el alma. No interrumpí el discurso claro, pero velado por una profunda tristeza. 
     -No sé, Gabriela, cómo pasó todo, -tomó un sorbo de whisky-. Mi mujer falleció en un accidente automovilístico el año pasado y me hundí en una gran desesperación. Comencé a beber de la noche a la mañana y casi me alcoholizo. Estuve perdido, perdido entre el dolor y la tristeza. Pasé días,  meses, desesperado. No aceptaba la desgracia. La rechazaba. Luego, me rechazaba a mí mismo: no quería vivir. El dolor era muy grande. No se cuánto tiempo pasó. Sentí que me hundía, que caía en un profundo hoyo, en un agujero negro. De repente un día todo cambió: dejé de sentirme  tan triste; tan deprimido. Bueno, no es que me sintiera alegre tampoco,  pero, de pronto, una nueva fuerza me impulsó a no desperdiciar un solo minuto del día ni de mi vida. Comencé a trabajar uniendo la noche con el día y el día con la noche. Descansaba poco, pero ese poco me imagino que me daba nuevas fuerzas para continuar.
    Hizo una pausa para frotarse las muñecas, las manos, mientras la mirada le empequeñecía  los ojos impregnados de recuerdos. Se quedó un momento callado, sacó el pañuelo, lo pasó por el rostro húmedo  e hizo una pausa silenciosa, que acompañó con un profundo suspiro.
     Refresqué  mi garganta   y no le interrumpí. Escuchaba atenta  esa voz cálida , cargada de recuerdos. Respeté las pausas, los silencios.
     -Entonces - continuó- se sucedieron los días, semanas, meses sin que yo me diera cuenta: sólo ese impulso, extraño y fuerte me empujaba a hacer, a tomar decisiones, a seguir, a seguir adelante. Me sumergí con fuerza con ganas en el trabajo... hasta que un día me llamó el Gerente General de la Burroughs para felicitarme por mis logros. Yo me sorprendí, porque lo que había hecho había sido trabajar trabajar, sólo trabajar, siguiendo las pautas de la empresa y las órdenes de un fuerte impulso, solo eso.
     Ahora si no pude más y le pregunté:
     - ¿Un fuerte impulso, dices?
     José Tadeo se quedó pensativo, callado por un rato que se me hizo interminable, mientras se transportaba al pasado, y lo mostraba AHORA a él, en un presente extraño, etéreo. Así fue como lo percibí, cuando, al fin me respondió:
     - Sí, fue una fuerza, un impulso que surgió, cuando una noche, luego de mucho llorar, mi mujer se apareció en el cuarto, me tomó por la mano y me dijo: "Deja ya de llorar, José Tadeo, amor mío,  que estoy contigo. Soy muy feliz donde me encuentro, pero vine, porque quiero ayudarte a ser un triunfador en la vida".

Caracas, Octubre de 1997/
Revisión: agosto 2021
IMAGENES: WEB

2 comentarios:

  1. Hola Myriam:
    Me ha gustado tu forma narrativa.
    Maravillosa la historia que acabo de leer. Seguiré,
    pegadita a tus historias, para viajar con ellas a espacios desconocidos y muy agradables. ¡Me encanto!
    Te invito a que visites mi blog: http://poesiaromanticadecolombia.blogspot.com pronto tendré otro, para escribir en prosa.

    Me encanta haberte encontrado,
    Eva Margarita

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  2. A MI TAMBIEM ME ALEGRA HABERTE ENCONTRADO, MARGARITA.VINIENDO DE TU PLUMA, EL COMENTARIO QUE HACES A MI NARRATIVA LA AGRADEZCO DOBLEMENTE. ES MAS, ME QUEDE SIN PALABRAS POR UN TIEMPO.
    SIGO TUS BLOGS PUES TU POESIA ES HERMOSA, MUY SENTIDA, LLEGA AL ALMA. TAMBIEN SEGUIRE EL DE PROSA QUE NO DUDO SEA TAN EXITOSO COMO EL PRIMERO.

    MIL GRACIAS,

    MYRIAM

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