domingo, 1 de mayo de 2016

EN UN BANCO DE LA PLAZA

Cuento publicado en en 2006 en:  https://uncuentoentreamigos.blogspot.com

Doña Eugenia vivía en El Hatillo desde hacía muchos años, pero no había perdido ni la costumbre ni el gusto de ir a la Plaza Bolívar los domingos. Y menos aún ese día, en el que se celebraban las fiestas patronales en honor a Santa Rosalía de Palermo, y la Orquesta Los Melódicos amenizaría el evento con una programación al estilo Big Band. Así que, muy entusiasmada se acicaló, se vio en el espejo y sonrió satisfecha. A pesar de los años, la imagen reflejada le recordaba, todavía, la gracia de su ya lejana juventud.

La acompañó a la plaza, Eduardo, su hijo mayor, quien prometió ir a buscarla cuando cerrara el negocio. Como ya los asientos estaban ocupados en su totalidad, la señora se ubicó en un banco de la plaza, desde donde, podía ver y escuchar el concierto cómodamente. Entonces, a la hora fijada prorrumpió la música, alegrando la tarde hatillana. Una pieza siguió a la otra, en medio del entusiasmo general. Doña Eugenia se movía, contenta, de un lado al otro. Y así pasó un buen rato hasta que, de pronto, los primeros acordes de Poinciana, una antigua melodía, interrumpieron su alegre vaivén para revivir, en sólo un instante, los detalles de un doloroso pasado, hasta entonces escondidos en lo más profundo de su alma.

Aquella tarde de agosto había fiesta en el Club Florida; los estudiantes del Colegio San Ignacio celebraban su grado de Bachiller con una vespertina bailable. Las hermanas González: María Enriqueta, María Inés y Eugenia María, se encontraban sentadas con sus amigas al lado de la inmensa piscina. Las chicas reían, hablaban, pero sin dejar de mirar con mal disimulado interés a los muchachos, ansiosas de que las sacaran a bailar. Cuando la orquesta comenzó a tocar Poinciana- tan de moda en aquellos días por haberla llevado Glenn Miller a las tropas aliadas, en Europa- un chico alto y rubio se dirigió hacia donde estaba Eugenia María.

- ¿Me permite? Le preguntó al extenderle la mano, mientras sonreía.
Ella aceptó gustosa y él rodeó su talle con firmeza. Luego, acoplándose sin dificultad al paso marcado por su compañero de baile, la espigada figura de Eugenia se deslizó sobre la pista, haciendo bailar también su vestido de crepé de China. Danzaron toda la tarde y, al despedirse, prometieron verse al día siguiente. A ese encuentro siguieron otros, tímidos al principio, atrevidos después, y Poinciana, la pieza musical que bailaron juntos cuando se conocieron, se convirtió en el símbolo de amor de la pareja.

Pero un día la felicidad de Eugenia se vio ensombrecida por una angustiosa sospecha: creía que sus apasionados encuentros con Ignacio habían dado fruto. Luego de largas noches de insomnio, decidió visitar al médico, quien confirmó su terrible temor: tenía dos meses de embarazo. Eugenia entró en pánico. La asustaba la reacción de sus padres cuando se enteraran. Luego, muy nerviosa, decidió comunicárselo a su novio. Estaba convencida de que él la apoyaría, puesto que ambos habían sido los responsables de esa difícil situación. Se citaron en una heladería del centro. Una vez allí Eugenia, llorando, le mostró a Ignacio el resultado de los exámenes médicos. El muchacho comenzó a sudar copiosamente cuando los leyó. Estaba lívido. Quería decir algo, pero no podía articular palabra por más que lo intentara. Entonces, vio cómo los ojos verdes de la chica se fijaban en él, suplicantes.
-¿Y…?
No hubo respuesta por parte del muchacho de dieciocho años. El terror se reflejaba en su mirada.
-¿No dices nada, Ignacio?- insistió desesperada la muchacha, tomándole las manos. Pero él la rechazó bruscamente, parándose para irse, y entonces la increpó, altanero:
-¿Es… estás segura de que es mío? Yo… la verdad, no lo estoy…- dijo retorciéndose las muñecas mientras caminaba de un lado a otro.
-¡Ignacio, por Dios, cómo dices eso! Sabes muy bien que eres el primer hombre en mi vida. ¡El bebé es tuyo, Dios mío, es tuyo!- gritó llorando la jovencita.
- ¿Y cómo lo sabes? Yo no tengo nada que ver con eso. Es más, quiero que sepas –dijo apuntándola con el dedo - que si lo que estás buscando es que me case contigo, no lo vas a lograr ¿Me entiendes? ¡No lo voy a hacer! – vociferó, y diciendo esto, salió apresuradamente del local.
Eugenia, sollozando, trató de alcanzarlo en la calle, pero no lo consiguió: Ignacio se había esfumado entre la gente. Entonces volvió a su casa. Trató de conciliar el sueño, inútilmente. Al amanecer se levantó y fue al estudio de su padre. A pesar de la terminante prohibición que había dado don Isaías a sus hijos, de tocar el revólver calibre 38 que escondía en la gaveta de su escritorio, la chica lo tomó y verificó si estaba cargado. Guardó el arma en su cartera y, muy temprano, se dirigió al Club Florida. Esa mañana los chicos realizaban una competencia de natación. Al llegar al centro deportivo, la chica se situó frente al local y esperó, angustiada, que apareciera Ignacio. Cuando lo vio llegar, lo llamó y le dijo, apuntándolo:
- ¡Ignacio, aprende a ser hombre!
El muchacho, estupefacto, se detuvo en seco. Una profunda palidez le pintaba el rostro, y antes de que pudiera decir palabra, un disparo cortó la mañana, mientras la voz de Eugenia sonaba hueca al gritarle:
- ¡Eso te lo dejo de recuerdo, desgraciado, por haber dudado de mí! ¡No quiero volverte a ver nunca más en mi vida! ¿Entendiste? ¡Nunca más!
Luego, horrorizada, dejó caer el arma, estalló en llanto y cayó en un severo estado depresivo. Después, el tiempo como un bálsamo divino, se encargó de aliviar las heridas del alma de Eugenia, quien dio a luz un varón. Al año siguiente se casó con su médico tratante, y tuvieron cuatro vástagos.

La música continuaba emocionando los corazones de la audiencia en la Plaza Bolívar de El Hatillo.
- Buenas tardes, señora ¿Me permite?
Doña Eugenia volvió a la realidad. Un hombre alto y de edad avanzada se encontraba frente a ella, interrogándola sonriente.
-¿Está libre este puesto?- volvió a preguntar mientras señalaba el banco.
- Sí, sí, por supuesto. Siéntese, por favor,- dijo recogiendo el suéter del asiento. Ella aún permanecía bajo el influjo del recuerdo. Continuó la música. Y más tarde, al finalizar el concierto, el anciano inició tan agradable conversación, que doña Eugenia recuperó totalmente el ánimo, y tan entretenida estaba que se sorprendió cuando su hijo le preguntó:
- ¿Cómo la pasó, mamá? ¿Se divirtió? –
- ¡Dios mío, hijo, ya estás aquí! ¡Qué rápido pasó el tiempo¡ ¿Que si me divertí? ¡Ay, sí, mi amor, cómo no! El concierto estuvo muy lindo, y este caballero me hizo pasar una tarde muy agradable. - Por cierto,… – dijo al dirigirse a su compañero de asiento - hemos hablado tanto esta tarde que se nos olvidó presentarnos. Mi nombre es Nena de González -. Luego agregó, dirigiéndose a su hijo:
- Eduardo, mi amor, ven, que quiero presentarte al señor…
- Mi nombre es Nacho Pérez. – Dijo el anciano, dándole la mano a la señora, y poniéndose de pie.
- Mucho gusto, Eduardo González – Se presentó el hijo de doña Eugenia. Espero que también usted haya pasado una tarde divertida, señor Pérez. – Y agregó sonriendo: - Le estoy muy agradecido por haber sido tan amable con mamá.
-No se preocupe, yo también disfruté su compañía.
Los dos hombres se estrecharon las manos con gran cordialidad. Luego, todos se despidieron, y cada quien siguió su camino: doña Eugenia, muy contenta, del brazo de Eduardo hacia su casa, y el anciano en dirección a la suya. Lucía satisfecho al apoyar el bastón. Sus pasos eran largos y elegantes, a pesar de arrastrar ligeramente una de las piernas.

Myriam Paúl Galindo

© Caracas, 31 de julio de 2006



3 comentarios:

  1. Me imagino que en este cuento: "En un banco de la plaza" tiene relación el ùltimo personaje con el primero para que asì se cumpla el ciclo narrativo.Me gustò tu cuento.

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    1. Gracias, Guberlin, por tu comentario. Acertaste en tu apreciación. Nacho = Ignacio. El tiempo casi lo borra todo, menos los sentimientos. Muchos abrazos.

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  2. Hola Myriam, muy bueno y anecdótico tu cuento. Nos hace reflexionar, sobre todo en estos tiempos de violencia de género, sobre lo impredecible de las emociones y sus consecuencias... un abrazo

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