jueves, 19 de enero de 2012

LA PREOCUPACION




CARACAS, 1940. WEB
Hace ya mucho tiempo cayó sobre Caracas una avalancha  humana   venida tanto del interior como del exterior del país, en búsqueda de trabajo.
Formando parte de este alud heterogéneo vino también desde Maracaibo, Hermógenes
Rincón con su familia. El era albañil  y plomero, pero pensó que instalarse en Caracas le procuraría un futuro  más prometedor para su mujer y sus cuatro vástagos. Esta idea le vino, cuando Eusebio Montiel, su primo que era comerciante, fue a Maracaibo  a pasar las navidades  y le habló sobre las  nuevas perspectivas de trabajo que se presentaban en la Metrópoli en el área de la construcción.  Los Rincón, al llegar a la Capital se alojaron en una pensión del centro de la ciudad. 

Como todo cuesta trabajo al principio, las cosas no se pintaron fáciles. Hacía algunos trabajitos, pero lo que ganaba no era suficiente para cubrir  todos los gastos, pues la vida  era  mucho más costosa en Caracas que en Maracaibo. Y sucedió que por más esfuerzos que hizo se retrasó en  el pago  del alquiler de la pensión. Hermógenes ya le había prometido al dueño, don Evaristo Barrigas que le pagaría al mes siguiente, pero no pudo hacerlo. Así que transcurrieron  tres meses sin que el jefe de familia pudiera cumplir con el sagrado pago de la casa. Por esta razón el  dueño de la pensión amenazó con desalojarlo si en el término de dos semanas no le cancelaba la deuda. Entonces la angustia de Hermógenes  creció tanto, ante la imposibilidad inmediata de incrementar sus ingresos, que no podía conciliar el sueño por las noches.

  Una mañana muy temprano se dirigió, como de costumbre al tarantín que había puesto con un vecino en una calle cerca de la plaza, en el que anunciaba en un cartelón de cartón  con grandes letras pintadas de negro, sus habilidades como albañil y plomero. Cuando llegó el verdulero que le hacía compañía en el toldo del negocio, se extrañó al ver la cara compungida del maracucho.

 -¿Qué te pasa, vale, tienes dolor de cabeza o de muelas?  ¿Algún problema en especial?-
-Siempre los hay, primo, siempre los hay. ¡Menos mal que Dios vela por uno!
Entonces Hermógenes le contó a su compañero el motivo de su preocupación con el casero. Al escuchar Judastadeo el problema, le aconsejó visitar la iglesia de San Francisco y confiarle al santo de su nombre -con razón llamado el Santo de los Imposibles- sus angustias. El estaba seguro que lo ayudaría, y diciendo esto sacó de su maletín una estampita del santo que le regaló a su amigo. Entonces Hermógenes sin olvidar la recomendación del compañero, al terminar sus labores se dirigió a la iglesia a solicitar con mucha fe el favor a San Judas Tadeo.
Y sucedió que al salir de la iglesia  un anciano muy pálido, apoyado en un bastón lo abordó tomándolo  bruscamente por el brazo, quien voz suplicante le dijo:
-Hijo mío, ayúdame y llévame a un hospital, pues me falta el oxígeno.
Toribio llamó al verdulero que tenía una camioneta y rápidamente  los llevó hasta el hospital, donde quedó el anciano al cuidado de los médicos y enfermeras, y Hermógenes regresó a su casa.
Pero el maracucho no  se olvidó del enfermo, pues cada vez que podía iba a visitarlo y a conversar con don Pascual, que así se llamaba el señor. Esti resultó  muy reconfortante para ambos y la amena conversación les hacía olvidar a ambos sus preocupaciones. Y fue en una de esas visitas cuando don Pascual le pidió encarecidamente le hiciera el favor de enviarle un telegrama a su hijo, que vivía en San Critóbal,  informándole de su situación de salud, cosa que hizó el visitante al día siguiente.
Una tarde, como era  ya costumbre, Hermógenes fue a ver al enfermo,  pero se encontró con la noticia de que el anciano ya no estaba, pues le habían dado de alta y su hijo se lo había llevado a San Cristóbal. Hermógenes sintió no haberlo visto, pero se contentó, pues  ya su amigo estaba ahora con su familia, como debía ser.
Luego, pasaron unas semanas en las que la angustia del maracucho crecía pensando en su ya, más abultada deuda. Se acercaba el plazo del pago de la casa y  por más que él sacaba cuentas, los compromisos familiares y el escaso ingreso no le alcanzaban  para ponerse al día con  el casero.
Un domingo muy temprano y en el plazo acordado, el dueño del inmueble apareció por la puerta de la vivienda de la familia Rincón. Cuando Hermógenes  informó al dueño que aún no tenía el pago, pero que muy pronto se lo daría -sin saber de dónde sacaría la plata-, el viejo le contestó furioso que solamente esperaría una semana más para el pago de la deuda, y que si no lo recibía, entonces procedería inmediatamente al desalojo de él y su familia. Dicho esto salió furioso, mientras dejaba al pobre inquilino más preocupado aún.
Una noche al regresar del trabajo, Hermógenes se encontró con la noticia de que le había llegado un telegrama de “Suárez y Suárez”, un escritorio jurídico ubicado en el centro. En el escueto mensaje se le solicitaba pasar por ese despacho “para asunto que le concierne”.  El pobre maracucho entonces pensó que ahora sí era verdad que las cosas se le había puesto color de hormiga.  Sin embargo, para no preocupar más a su familia trató de calmarse, y luego, en la fecha requerida se dirigió al escritorio de los abogados. Cuando llegó aguardó su turno en la sala de espera, mientras fuertes cólicos le mariposeban al pensar lo que le diría el abogado. Por un momento se imaginó rodeado de rejas. De pronto  escuchó  que la secretaria pronunciaba su nombre.  Las piernas casi no le obedecían cuando se paró y la secretaria lo hizo pasar al despacho del Dr. Suárez.
-Mucho gusto, señor Rincón -dijo seriamente el abogado - imagino que usted no está enterado de por qué le hemos pedido venir aquí.
Hermógenes negó con la cabeza, pues por más que  lo intentó,  no pudo pronunciar palabra.
-Bueno, amigo mío, sucede que yo soy el apoderado del señor Pascual Chacón y este señor me ha encargado de transmitirle una decisión muy importante, y es que él ha decidido dejar su herencia en vida a sus familiares y amigos. De manera que me complace comunicarle que es voluntad suya que la casa situada en la Parroquia  San Juan, Calle de Jesús, No. 13, sea suya. También me ha encomendado entregarle la suma de ochocientos bolívares para  los arreglos que usted crea pertinente hacerle a la vivienda. ¡Felicitaciones!



ESQUINA DE JESUS. WEB

4 comentarios:

  1. Que buenos personajes...! Los milagros existen.La buenas narraciones también.

    Salud..!

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  2. Qué linda gente habitaba nuestra Caracas..! De dónde sacaste esta historia tan genial...Saludos.

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  3. Hola, América. Mi papá me contó que un día se encontró a un amigo suyo que vivía en Maracay, se encontró con una viejita, se cayó en la calle y él la llevó al hospital. La visitó con frecuencia y, al morir le dejó todo lo que tenía. Como ves, es tomado de la vida real. Al igual al caso de la cajita con las cenizas, sobre el que las dos escribimos nuestra propia versión del hecho. Siempre hemos comentado cómo las cosas que nos pasan o les suceden a otros se vuelven crónicas o cuentos. Gracias por tu comentario.

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  4. En el caso de la señora, ésta le dejó no una casa, sino varios edificios en Maracay, y se lo dejó todo a él. En todo caso, por el bien de uno mismo debemos seguir la vieja conseja de "Haz el bien y no mires a quién"...

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