jueves, 8 de diciembre de 2011

IMPRONTAS

   
 
IMAGEN DEL AMOR (WEB)


CAÑO DE AGUA, LOS ROQUES, VENEZUELA
(IMAGEN TOMADA DE LA WEB).
 Nuestro yate de turismo atracó en Cayo de Agua. Luego, el grupo de vacacionistas se dispersó por la playa. Nos encontraríamos en el mismo lugar, al atardecer,  cuando la embarcación  volviera a recogernos. Era un día brillante, de esos en los que   casi no se ven nubes y el mar parece inmóvil en su inmensidad.
             Me separé de mis compañeros de viaje, algunos insistían en que me quedara con ellos, preferí un poco de soledad en mi deporte favorito,  y caminé un buen trecho hasta llegar al extremo opuesto de la playa. Buscaba un buen lugar para hacer snorkel.  Entonces me fijé en algo sorprendente: a lo lejos,  la quilla de un barco hundido sobresalía diagonalmente del mar, apuntando al cielo. Sólo se le veía la proa, el resto del barco  descansaba en el fondo oscuro y silencioso de las aguas.  Calculé la distancia para acercármele. Se hallaba como a un kilómetro de la playa. Tomé mi equipo  y nadé en dirección al barco. Una vez cerca, me sumergí curiosa y  aprehensiva ante lo desconocido. El espectáculo me sobrecogió al ver el casco sembrado como un cactus. Se  le adherían miles de corales y la luz se filtraba iluminándolo. Parecía una joya fantasmagórica entre la flora y la fauna. Debió haberse hundido hacía muchísimo tiempo. Miles de interrogantes acudieron a mi mente. No pudo menos que sobrecogerme el hecho de imaginarme la tripulación. El barco parecía un pesquero. Continué observándolo fascinada, pero al tratar de dar la vuelta,  para ver el otro lado de la nave,  tropecé con los corales y perdí una de las chapaletas. Sin darle importancia al incidente continué examinando el interior de la embarcación, desde donde fantasmas imaginarios parecían observarme a su vez. De pronto, cuando estaba más entretenida en  mi investigación ocular, sentí un fuerte dolor en el pie descalzo; un corrientazo me recorrió hasta el muslo. Traté de mantener la calma y como pude nadé hacia la orilla. Me eché sobre la arena y vi cómo mi pie comenzaba a hincharse a medida que aumentaba el dolor. Caminé con dificultad  hasta unos cocoteros y me eché a su sombra. Por primera vez lamenté haberme alejado tanto del sitio de donde se encontraban mis amigos. Tenía varias espinas enterradas  en el empeine. Me di cuenta de que al chapalear había tropezado con un erizo. Pasaron unos minutos interminables, cuando sentí unos pasos.
            -¿Gary?- pregunté, pensando que pudiera ser alguno de los chicos que iban en el yate.
            - No, mi nombre es Diego- dijo presentándose un muchacho curtido por el sol y de barba cerrada. Tendría  unos veinticinco años.
 – Disculpa, pero vi que salías cojeando del agua y vengo a ver si puedo auxiliarte.  Soy pescador y vivo cerca- me dijo acercándose- y luego, observando  mi  extremidad, añadió:
- Tienes el pie hinchado, y por las espinas, puedo deducir que te tropezaste con un erizo.
            Le conté mi aventura por el barco, y me interrumpió diciéndome:
            - Disculpa, pero eso fue una  imprudencia, una terrible imprudencia.
            - ¿Por qué? No me alejé mucho de la playa. Solamente quería ver el barco.
            - Pues, ha podido costarte caro,  porque  es muy peligroso. Hay tiburones cerca, siempre están rodeándolo, y mucha gente se ha ido dentro de las fauces de esos malditos  animales –dijo con rabia-. Menos mal que sólo te encontraste con  un erizo inofensivo.
            -¿Cómo dices que inofensivo, Diego? ¿No ves como tengo el pie?
            - Por supuesto, pero en comparación con el tiburón lo es. ¿Cómo te llamas? - me preguntó sonriendo, luego de la amonestación.
            - Camila – dije un poco avergonzada por mi  temeridad.
            - Bueno, Camila, disculpa mi franqueza, pero tenía que decírtelo –me dijo -   ahora necesitamos ir a la cabaña para curarte.  Apóyate  en mi hombro, por favor.

            Como observara  que mi intento por  caminar resultaba doloroso e incómodo para mí, me cargó como si fuera una niña y nos dirigimos a una vieja cabaña de palmas y bahareque ubicada frente al mar. Una vez allí me sentó con gran cuidado sobre  una hamaca y procedió a curarme. Prendió una vela y me dijo que volcaría  la esperma caliente sobre mi  pie. Me aconsejó que aguantara, pues era la única forma de poder sacar las espinas. Seguí sus instrucciones y traté de relajarme. Al final, lo roció con aguardiente y,  para mi sorpresa, experimenté un gran alivio.
            Compartí su almuerzo, producto de la pesca matutina: un delicioso bonito sobre casabe, acompañado de agua de coco y  licor de la misma fruta, preparado por él. Comenzamos a conversar sobre la historia, las costumbres y leyendas del litoral, y también me narró la historia del barco. Se trataba de un  camaronero que una noche sucumbió en una tormenta. De esto hacía más de cincuenta años. Lamentablemente ninguno de los pescadores que lo tripulaban sobrevivió, pues  cayeron al mar y fueron devorados por los tiburones. La tragedia llenó de luto muchos hogares de la costa caribeña, pues en  el  siniestro, murieron más de doce  hombres que no llegaban a los treinta años.
            Como la historia me conmoviera mucho,  para  cambiar de tema y alegrar la tarde, Diego tomó una  guitarra que colgaba de la vieja pared y comenzó a cantar unas hermosísimas baladas; las traté de reconocer, pero  todas resultaron  desconocidas para mí. La voz del chico me resultaba  tan  grave y sensual que se me erizaba la piel. Lo escuché embelesada un buen rato, hasta que al fin hizo una pausa.   Se dirigió a mí,  cariñoso, para decirme, mientras tomaba  mi pie entre sus manos:
            - Ya podrás caminar, niña, pronto estarás bien.
            -Ya se desinflamó - le  comenté mientras sentía su agradable  calor.
Yo lo observaba. Entonces él me miró y sonriéndome, se levantó para besarme en los labios. Tomé su cabeza  y le acaricié la barba espesa para  luego, a mi vez,  aprisionar sus labios entre los míos. El candente sol de mediodía prendió  nuestros sentidos. Las caricias, tímidas en un principio, aceleraron su ritmo. Nos apartamos un momento, un poco sorprendidos, para continuar, a  deliciosa conciencia la exploración de nuestros cuerpos. Recorrimos valles, hondonadas y montañas en maravilloso galope. Al final, terminó la  batalla, en la que no hubo ni vencedores ni vencidos. Sólo triunfadores. Recosté mi cabeza sobre el pecho curtido del pescador, y escuché el desenfrenado palpitar de su corazón. Luego, la agitada  respiración se fue tranquilizando hasta que él, después de prodigarme un sin fin de  caricias y besos que yo, tiernamente devolvía, cayó vencido por el sueño.
             Me despertó el  fuerte ruido del oleaje que  golpeaba el frente de la cabaña. Había subido la marea.  Busqué a Diego, pero no estaba a mi lado. Tampoco su guitarra. Me levanté de prisa, buscándolo en la playa. Lo llamé muchas veces, pero el silencio fue su respuesta. Hacía frío. Lo esperé un largo rato, pero no apareció. Llorando, entonces, llegué a la conclusión de que todo había sido un sueño; recogí mis cosas y me dirigí al muelle para  reunirme con mis amigos. El yate atracaría dentro de  media hora. Al verme llegar, Sofía, una compañera me salió al encuentro diciéndome:
          - ¡Camila, por Dios! ¿Dónde estabas? Ya casi es hora de irnos. Te estuvimos buscando toda la tarde, pensando que te había ocurrido algo.
- Sólo estoy un poco retrasada, es todo. Disculpen. Pero luego, cuando me acerqué  al grupo, ella preguntó alarmada:
- ¡Por Dios, niña! ¿Qué te sucedió?
- Nada, no me pasó nada.  - Contesté sorprendida, tratando de sonreír.
-¿Cómo que nada? ¿Y entonces  por qué tienes tantos moretones en los hombros?


IMAGEN TOMADA DE LA WEB)

Caracas, 20 de febrero de 2012  (Original:agosto de 2006)

1 comentario:

  1. Y qué pasó Myriam?? Seguro que Diego era uno de esos marineros que se ahogó en ese barco y ahora era un fantasma...

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