sábado, 31 de diciembre de 2011

LAS ANDANZAS DEL RECLUTA TORIBIO CUEVANEGRA



GUAYASAMIN (WEB)

     La escasez desplegaba su manto de miseria por todo el país. La prensa  comentaba cómo algunos  niños desnutridos habían tendido sus redes a los flamingos,  para atraparlos. Se alimentarían con  su carne roja, pues la blanca no existía ya en el pueblo. La cacería  y la pesca de ciertos animales como las garzas, las tortugas y otros representantes de la fauna nacional, que habitaban los  Parques Nacionales, estaba prohibida, pues iba en contra de las leyes  de preservación  de las especies  animales.  Sin embargo, el hambre es muy tozuda, y  la infancia,  sobretodo, no entiende ni de leyes ni de prohibiciones.  
     Mientras esto ocurría, el Poderoso, primera autoridad del país, veía con pasmosa indiferencia todo lo concerniente al hambre y al desempleo del pueblo. Para él y su séquito gubernamental la situación era otra. Regalaban al paladar con exquisiteces y caprichos gastronómicos propios de sultanes. Incluso, durante la visita de uno de los  pares  del Mandamás, y con el fin de adularle el paladar, el anfitrión, luego de  hacer investigar sus gustos gastronómicos, ordenó a uno de sus ad láteres que le entregara al chef  del palacio uno de los galápagos en vías de extinción  "¡Aunque estuviesen en tiempo de veda!"- vociferó.



     En cuanto al vestir, sus trajes eran diseñados por los mejores sastres y modistos internacionales, a la par que ostentaban costosas joyas. En cuanto a las viviendas; el lujo moraba en ellas y sus dueños poseían no sólo una sino varias, tanto en el continente como fuera de él. En resumidas cuentas, el dinero llenaba los bolsillos de quienes componían el tren de gobierno, pues no dejaban escapar ninguna oportunidad para hacer jugosos negocios en un país tan rico en diamantes, hierro, y minería en general. Así pues, que gobernaba la  irresponsabilidad,  y no había límites para la corrupción y tampoco para el despilfarro,  en el  afán del Poderoso de tratar de ganar adhesiones políticas y votos. Una revista especializada en el área económica publicó, incluso que el Mandamás era el segundo hombre más rico del Mundo.
              “La Abundancia”, antigua fonda del pueblo, que al igual que  sus habitantes vivió, tiempo atrás, días de franca prosperidad, veía hoy más que restringido el  menú que ofrecía a los comensales. Cuentan éstos que en el pasado no existía la inflación, y en consecuencia, el local ofrecía lo mejor del arte culinario del lugar. Hoy los tiempos que corrían distaban mucho de aquella nostálgica época.



     Cuatro  hombres se encontraban reunidos alrededor de la mesa del viejo restaurante. Eran amigos y compañeros de infortunio en las ya larguísimas tropas del desempleo, a pesar de ser agricultores.
-               - Tráenos otra ronda,  José del Carmen – dijo uno de ellos.
-              -  ¿Y con qué van a pagarlas, si no tienen trabajo, se puede saber? –preguntó, el dueño del local, cansado de fiarles el consumo, que ya llevaba varios meses.
-                   -¡Ay, Jacinto,  no vengas con tus lamentos ahora. Más pronto que tarde, como dicen ahora los políticos, seremos prósperos  y, volveremos a ponernos al día contigo. No te vas a arrepentir, pues te ayudaremos a mejorar el negocio. Hoy por mí, mañana por ti, hermano.-Explicó  Toribio Cuevanegra.
Entonces el hombre colocó de mala gana las botellas sobre la mesa, mientras advertía:
       -Sin exigencias, carajo, que no están frías.
La conversación de los amigos versaba, como de costumbre, sobre el desempleo,  tema que los preocupaba cada vez más. Habían tocado infinidad de  puertas: fábricas sin vacantes o empresas del gobierno, en las que ahora era requisito indispensable  pensar como sus dirigentes para optar a un puesto de trabajo. Nadie comprendía este absurdo carnet ideológico que obedecía, según se les informaba, a razones de estricta disciplina, pues era necesario  continuar sin interrupción alguna con los proyectos de engrandecimiento del País propuestos por el Poderoso.
  El desaliento de Toribio Cuevanegra era muy grande, y le dijo a sus amigos –mientras sorbía el resto de su cerveza tibia- que  ya no sabía qué puerta tocar para encontrar trabajo.
  Fue entonces cuando  Remigio Garzas - acordándose repentinamente de algo que había leído en la prensa- les informó:
-      - Pero ¿Es que no saben la noticia? Seis ojos interrogantes se  clavaron en los suyos. Entonces, emocionado por la buena nueva,  acompañó su discurso con un manotazo sobre  la mesa.
-            - Leí en el periódico esta mañana que están solicitando reservitas en el Ejército Nacional. ¿Por qué no van a la Reserva?
-             - ¿Reservistas? No, vale, ya yo hice mi servicio militar a los 18 años dijo Aquiles Nada,  y ahora tengo 58 –  dijo celebrando con una carcajada  la ocurrencia de su compadre.
-             -   ¿Y sabes también cuántos años tengo yo, Remigio? Preguntó a su vez  Salterio Rojas  - Yo tengo 59, entonces dime cómo, carajo, voy a enrolarme en el Ejército.
-              -  Y yo 57… -comentó  Toribio Cuevanegra  en voz baja, adolorido por el reumatismo  que no lo  dejaba en paz. 
-       Remigio Garzas, quizás por ser el más viejo de los tres apuntó que no había que desesperarse,  y los alentó una vez más a tocar la puerta del Cuartel.
-        Entonces los compañeros terminaron por convencerse de que, como dicen por ahí, no hay peor diligencia que la que no se hace. Y allá se fueron los cuatro a tratar de abrir, si no la puerta, al menos el postigo de la esperanza.
La fila de reservistas era larga, torcida y heterogénea en edades y  estaturas.  
         - Cuevanegra, Toribio- llamó con voz de trueno el Comandante de la Comisión de Reclutas. Cuando el soldado en ciernes  se  le acercó, midió  con la mirada la triste figura del recluta,  y luego le entregó la ropa  y el  calzado  de reglamento.  Toribio observó que la talla que le había suministrado era muy grande, y  así se lo hizo saber.
        - ¡Silencio!. – ordenó  el jefe-  Amárrese los pantalones si le quedan flojos,  y  pase ahora mismo al Departamento Médico.


       Sin chistar Toribio siguió las instrucciones impartidas. Esta vez  su  anatomía  fue sometida a la  revisión médica de rigor.
       -El cabo tiene reumatismo - dijo el galeno – pero no se preocupe, que aquí, hermano,  tenemos  la solución para todos los males. Una  buena dosis de dayamineral  lo pondrá en forma, ya verá. Y diciendo esto, le entregó un frasco del polivitamínico al recluta,  mientras escribía en un papel las indicaciones  para el tratamiento. Toribio, agradecido, antes de retirarse  se volvió hacia el médico para preguntarle el nombre.
       -Evaristo De La Isla, cabo. Para servirle en el Departamento Médico de Las Fuerzas del Desa Rollo Armado.
       A cada uno de los soldados  le fue asignada una tarea. La del cabo Cuevanegra consistía en trasladar y limpiar el armamento de rigor.  Este trabajo cansaba aún más sus adoloridas extremidades, situación que se agravó con la llegada de las lluvias. Entonces, el recluta buscaba alivio a sus males en el dayamineral recetado por el médico del cuartel, pero a pesar de haber consumido ya varios frascos, el pobre hombre se sentía cada vez peor  de la artritis.
       Una mañana temprano, en medio de un fuerte aguacero, Toribio trasladaba una carga de armas y   municiones a un galpón. Pero sucedió,  que mientras esto hacía, le dio un fuerte dolor en una de las piernas. A  pesar del inmenso  esfuerzo que hizo por sostenerse en pie, el recluta resbaló y cayó  al suelo en medio de un estrepitoso ruido, pues al caer una de las escopetas viejas que cargaba se activó y fue a dar  ¡Cosas del azar! En el único sitio no blindado del Poderoso, quien justamente esa mañana pasaba revista a los nuevos reclutas en el cuartel.
       Simultáneamente a la caída de Toribio y al disparo del arma,  se activaron también los cuerpos de Seguridad  del Régimen que no sabían qué estaba pasando, pues la seguridad del líder máximo estaba garantizada.- En el acto los miembros del Equipo Médico del Hospital del Cuartel esperaron la llegada del herido al quirófano. Allí los equipos quirúrgicos habían sido  fabricados  con el más noble de los metales sólo para el uso exclusivo del Poderoso y sólo algunos de sus fieles acólitos.
       La angustia y la preocupación  por la salud del Poderoso invadió al tren gubernamental . La Junta Médica formada por especialistas nacionales y extranjeros, a pesar de todo el esfuerzo científico y  tecnológico  utilizado, resultaron inútiles: El Poderoso se marchó de este mundo, pero no como vino a él, desnudo, sino forrado en oro de 18 kilates.
                               
        El timbre celestial sonaba  sin cesar, mientras  San Pedro  se dirigía pesadamente hacia el Portón,  tintineando nervioso su manojo de llaves.
       -Voy, voy. Ya le abro, un momento, por favor.
 Ese día el Santo no se daba abasto con el trabajo, a pesar de la ayuda angelical suministrada por Dios.  Finalmente, y a pesar de la fuerte conjuntivitis que lo aquejaba, abrió el  pesado y sagrado portón. Pero he aquí que al abrirlo, el ropaje del visitante, que era más brillante  que  los rayos del sol hirió sus adoloridos ojos. Encandilado, él alcanzó a ver la figura alta de un hombre de barba entrecana y bien cuidada, envuelto en una brillante y lujosa  capa. Detrás del del personaje, estacionada en la Himmelstrasse –la calle del Cielo- una nave inmensa de oro desprendía  tales destellos, que pretendía opacar los del Astro Sol y las estrellas del firmamento. Esta, que había trasladado al Dictador en sus viajes interestelares, aguardaba, una vez más, por el visitante con los motores en marcha. Entonces San Pedro, enceguecido ante tal espectáculo,  cerró bruscamente el  Portón Celestial y se volvió a su despacho, pues se hallaba muy ocupado con tantas guerras terrenas. Pero he aquí que el visitante continuaba sonando el timbre, como loco, en su afán de entrar en La Gloria. Y no dejaba de gritar:
           - ¡Abrame la puerta de una vez por todas, San Pedro. Vengo a hablar con Dios. Mi misión en la tierra no ha terminado, es muy importante y debo volver a ella cuanto antes!
. Los Angeles y Arcángeles asistentes del Santo Portero, fueron volando a su oficina y le comunicaron muy angustiados, que el impertinente visitante no los dejaba tranquilos con el timbre y no hallaban qué hacer. 
        El Santo, exasperado por el arrogante comportamiento de tan extraño ser empeñado a como diera lugar a quebrantar la paz celestial,  abrió nuevamente la puerta para decirle:
-       - Criatura engreída, usted no necesita venir a las puertas del Cielo para hablar con Dios vestido de tal manera:  el brillo de su indumentaria pretende  opacar la luz del sol y las estrellas, por lo tanto no puede entrar a la Gloria.  Aquí sólo entran los humildes y los pobres. Le aconsejo más bien ir a ver a Luzbel, quien gustoso lo recibirá en la "Quinta Paila" del Infierno. ¡El se alegrará muchísimo de verlo y de darle la Bienvenida!   



Y diciendo esto, el Santo  le cerró  con llave la divina  puerta del Reino de los Cielos.



 







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Caracas, 2003/ Abril, 2004.



IMAGENES: WEB

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